La vida…

Qué bonita la vida. Qué bonito vivir. Qué bonita la existencia. Qué bonito existir. Qué profunda es la vida y qué profundidades podemos vivir. Podría pasarme toda la hoja en blanco escribiendo odas a la vida y cuanto en ella podemos vivir. De hecho, querría poder expresar todo lo que hay en mí ahora mismo, pero sé que no es posible por falta de tiempo, de espacio y de la misma posibilidad de abarcar todo. La vida es dinámica y siempre hay algo nuevo que experimentamos, que descubrimos, que aprendemos. Hoy puedo escribir esto, como en antiguas entradas escribí otras cosas sobre la vida y dentro de unos meses o quizás años escribiré nuevas perspectivas. Y de esto tengo certeza porque así ha sido, así es y así será. Podéis leer todo lo anterior y podéis seguir leyendo lo que vendrá y afirmarlo conmigo. ¿Por qué? Porque al igual que la vida es dinámica, nosotros también. No somos los mismos ayer y hoy. Ni mañana. ¡Qué esperanza! Sobre todo cuando hablamos de crecer, de amar, de servir. Cuando nos topamos con un camino que recorrer.

Al principio nos reconocemos unos meros principiantes, sin apenas entrenamiento ni conocimiento del recorrido. Más adelante vamos cogiendo tablas y podemos incluso advertir a los de atrás que viene un bache, pero todavía nos queda por delante mucho que aprender o quién sabe, desaprender. Y cuanto más vamos dando pasos más nos damos cuenta de que no podemos abarcarlo todo, que incluso nos hacemos más pequeños ante la inmensidad de cuanto nos rodea, ante el misterio de la vida. ¿No es así? Y es que es verdad: la vida es un continuo asombro. Éste nos provoca (a unos más que a otros), nos impulsa a querer conocer más, a vivir intensamente el presente, a descubrir aquello que la hace especial para uno. Es emocionante conocer las historias de cada persona sobre su descubrimiento. Contagia. Empapa. Ilusiona. Conecta. Transmite vida. ¡Qué bonita reacción: la vida transmite vida! Pero, ¿cuándo? Siempre. Estando abiertos, dejando hueco a la posibilidad, permitiendo a otros entrar en nuestra propia vida y queriendo compartirla. Es gratificante. Es el motor del mundo. Sin vida, se para. Muere. ¡Vivamos! Cada uno lo que descubra que esté llamado a vivir.

Al buscar una foto para acompañar estas palabras buscaba algo que hablara de la vida. Me encontré con un niño de dos años cogiendo en brazos a su hermano de meses y dándole un tierno beso en la mejilla. Me parecía que eso transmitía vida claramente: cuidado, amor, posibilidad, acogida… Pero no sabía si iba a poder provocar en quien la viera todo eso o que quedara plasmado lo que estas palabras intentan expresar. Así que vi esta otra imagen de las gafas de sol. Me encanta la fotografía, el paisaje que reflejan los cristales, el sol, la tranquilidad que transmite. Quizá parecía fría o que no tuviera nada que ver con lo que estoy contando, pero pensándolo mejor, me vino esta otra idea a la mente: quitarse las gafas para contemplar uno mismo la vida (su realidad) sin añadidos, sin filtros, sin obstáculos. Un cara a cara real ante la vida. Y me convenció. Dejar a un lado lo que no nos permite darnos cuenta de lo que está sucediendo en nuestra vida y quienes la comparten con nosotros. Fijar nuestra mirada en los detalles o en el conjunto, pero definitivamente, fijar nuestra mirada. La nuestra, no la del otro ni la que nos muestra ese filtro de plástico. ¡Movernos desde nuestro yo! ¡Mirar desde nuestro yo! Despojarnos. Quitarnos capas. Dejar de poner resistencia y… mostrarnos.

Cuántas veces nos topamos con esto. Y es cierto, es un continuo comenzar y recomenzar que me recordaba un amigo. Pero da esperanza saber que siempre podemos volver: al camino, a intentarlo, a darnos una oportunidad, a rectificar, a amar más y mejor, a pedir perdón, a mostrarnos humildes. Es curioso cómo, siendo la misma piedra de choque, cada vez nos muestra una cara diferente de nosotros mismos: de nuestro carácter, de nuestras carencias, de nuestra vida. ¡Pero siempre nos ayuda! Seguimos en crecimiento, seguimos viviendo. Y recomenzamos el camino, lo reemprendemos donde lo dejamos, pero esta vez con una alegría y conciencia de la vida renovada. Y se nota la diferencia. Los demás también. Y todo es nuevo, mejor… hasta la próxima. Sí, sabemos que la vida también es esto: imperfección. Aunque estos pequeños gestos de humildad, de amor, de acogida, de escucha, de perdón nos muestren una belleza que nos lleve a pensar que la vida es perfecta y que firmábamos para quedarnos ahí y así. ¡Qué pobre existencia sería acomodarnos! No, apostemos por vivir hasta el final por muchas veces que tengamos que comenzar y recomenzar. La vida es bella (sin cursiva porque no cito la película, sino que sale de mi corazón). ¿No queremos embellecer?

Vivamos.

Vivamos con toda nuestra mente, nuestra alma, nuestra persona. Vivamos con una compañía concreta. Si has conocido a Dios, me refiero a una comunidad y a Jesús. Si no le has conocido todavía, te hablo de una familia y de un buen amigo (y cómo me gustaría que dejaras entrar a Dios en tu vida). Pero, ¡vive! Joder, vive.

Tu turno

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Empieza un blog en WordPress.com.

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: