Hablando de fe (V)

Esta fiesta que pronto vamos a celebrar la voy a enmarcar en una experiencia de vida y muerte que muchos hemos vivido recientemente. A través de esta fiesta, la Ascensión, Jesús nos dijo que algún día nosotros también iríamos al Cielo con Él, y que dejáramos de mirar hacia arriba pasmados de todo, pero moviendo ficha en la tierra. Y así han sido estas dos largas semanas: una llamada a preguntarnos sobre nuestra vida y si estamos preparados para subir al Cielo; como también una llamada a hacer algo con nuestras vidas, y de no hacerlo solos.

Voy a poner palabras a sentimientos, a emociones, a dudas, a reflexiones, a oraciones, a rabias, a enfados, a pensamientos que han sido protagonistas durante estos días. Días en los que dos amigos se debatían entre la vida y la muerte. Entraron en el hospital para curar una cosa concreta, y se complicó. No es fácil poner palabras cuando la experiencia ha sido tan fuerte y profunda, ¡una auténtica batalla campal! Y como tantas, épica. Nadie queda indiferente, todos salen heridos. Y como diría un conocido, heridos por la belleza. No entiendo otra cosa que esto. Yo he sido herida por la belleza de la oración en comunión, por la compañía sin cansancio ni descanso, por la alegría en la incertidumbre, por el sufrimiento ofrecido, por las visitas desinteresadas, por las lágrimas compartidas, por el humor que mantiene en pie, por el amor en los gestos cotidianos. ¡He sido herida de amor verdadero! Herida por la fe, la esperanza y la caridad.

¿Cómo una católica como yo podía hacer frente a toda esta batalla campal? Dos amigos en la UCI con serios problemas para seguir adelante con vida. ¿Quién quiere vivir esto? La prueba es señal de que se está viviendo intensamente el presente. ¿Se podía mirar para otro lado? No… De nada sirve, aquéllo seguía ahí. Sinceramente, esto no se puede vivir solo. Se necesita de la compañía para mantenerse en pie, para no pensar demasiado, para no dejar que la imaginación te traicione, para avivar la fe perdida, llenar el corazón de esperanza y dar sentido y profundidad a las cosas que se hacen rutinariamente cada día. ¡Qué color y olor adquieren! Es increíble cómo se vive el día a día sabiendo que todo eso es leña que aviva la llama de la vida en tus amigos. Nunca había experimentado cosa igual. Literalmente, sus vidas pendían de un hilo y éste no era otro que el que unía sus corazones con los nuestros. ¡Teníamos que latir por ellos! Y ese latir era estar vivos, vivir nuestra realidad inmersos en ella, aportando con nuestro trabajo, con nuestros estudios, con nuestros rezos, con nuestras tareas, ¡con nuestras luchas! ¿Y mi lucha me parecía pesada? Todo adquiere una perspectiva nueva. Todo adquiere su verdadero valor y sentido. Todo se vive ahora conscientemente.

Yo rezaba. Ofrecía. Tenía como jaculatoria sus nombres. Pedaleaba por ellos. Hasta mendigué oración en Internet en la plataforma de MayFeelings (hasta entonces sólo lo hacía por WhatsApp, Telegram, Facebook, Twitter...). Y en mí sólo estaba la esperanza de que salieran con vida. ¿Qué pasaba si no sucediera así? Si los planes de Dios fueran otros… ¿cómo acogerlos? Porque, de verdad, yo iba al hospital esperando la noticia. La temida respuesta de que no seguían adelante, de que se acabó. Todos a casa. ¿Qué católica era yo que no aceptaba ese posible plan? Un verdadero hijo de Dios sabe que todo ocurre para algo, que en ese discurrir de los hechos Dios habla, ¡se comunica con nosotros! Es difícil hasta para una católica como yo. Pero, sí, en estas dos semanas Dios se ha comunicado conmigo a través de estos dos amigos, de su lucha diaria, de su fortaleza… Y también de todo lo que se ha forjado alrededor: una auténtica familia unida. Familia formada por personas que se conocen más o menos, pero que sin ellas no podría haber salido este barco a flote. Y este barco soy yo.

No es fácil recibir noticias donde una de esas personas responde al tratamiento, pero la otra no reacciona. Alegrarse con unos, y entristecerse con otros. Dar gracias a Dios por unos, y enfadarse con Dios por otros. ¿Qué juego es este? No hay respuesta más que ésta: coge tu Cruz y sígueme. No había entendido estas palabras de Jesús hasta estos días. Y gracias también a unos ejercicios espirituales con la fraternidad de Comunión y Liberación que hice justo el fin de semana antes de que aconteciera todo. ¡Qué cosas! Os confensaré que llegué de Ávila pletórica de todo lo vivido allí, con ganas de tratar a solas con Dios en la Adoración Perpetua durante la semana que empezaba, y hablarle de lo que había tomado nota… Y no pude hacerlo porque estos dos amigos entraron en la UCI y fui esas tardes al hospital. ¿Qué tiene que ver esto? Que yo quería hacerlo a mí manera, pero Dios me puso delante otra forma más auténtica y real de poner en vida, a través de mi humanidad, lo que había escuchado de Julián Carrón. Y ésto no era otra cosa que ¡no apartéis la mirada de vuestra realidad, miradla a través de los ojos de Cristo! Contad con Él para poder coger vuestra Cruz y seguirle. ¿Es posible una vida así, una mirada redimida?

Sólo sé que importa el hoy. El momento presente. De nada sirve preocuparse más. Cuando nos comunicaron que uno de mis amigos necesitaría el milagro de mantenerse con vida dos semanas, (¡dos semanas, un mundo!) para poder salvar la vida de su bebé, ¡no vi esperanza! Era imposible para mí pensar que podría aguantar tanto si en un día se habían puesto las cosas tan desfavorables. Y, ahora, puedo ver. AHORA. La fe sólo tiene sentido pasado el tiempo de prueba. Cuando pasas la prueba y ves que ese sí tembloroso dio lugar a tanto bien, sabes que eres una persona de fe, que Dios está en tu vida porque se la diste para que la dispusiera como conviniera. No es fácil seguir haciendo vida normal sabiendo que dos amigos te necesitan: ¡tu entrega en lo escondido! Cuando bajaba la guardia, me entraba el cansancio o me distraía… ¡qué dolor! Era el disparador para poner más entrega y amor en lo que estaba haciendo. ¡Me necesitaban! En esa cosa pequeña… ¡Cuánto bien! Y hemos sido tantos… Con tantas cosas pequeñas… Mi fe la han sostenido cada persona que me encontré en el hospital y, sobre todo, el marido de una de mis amigas, y la esposa de uno de mis amigos.

¿Los milagros existen? Sí, pero no porque estos dos amigos estén ahora uno en planta y otro en casa. Existen, porque este gran sufrimiento en las propias carnes de estos dos amigos han hecho posible la fraternidad, la caridad, la fe, la esperanza, el amor, la unión, la comunión, la alegría en el corazón de todos los que seguimos rezando por ellos.

GRACIAS. Yo no me apeo de esta gran familia católica.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Una historia de tres dice:

    Gracias por compartir esta dura pero fundamental experiencia.

    La paz.

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    1. De nada, ¡es el testimonio lo que da vida! Y nos mantiene en pie. ¡Gracias a ti por leerme!

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