Si tengo que resumir en una palabra lo que ha sido para mí este año sería GRACIAS.
Podría ser la autora de estas palabras, podría haberlas dicho yo, podría adjudicármelas de principio a fin. Podría, pero prefiero no hacerlo pues sé bien lo mucho que significan para la amiga que las pronunció estando en conversación con ella, en una capilla de un hospital de la ciudad condal hace un par de meses. A ella, como ya le dije hace unos días, he de agradecer que las dijera porque me puso una realidad diferente ante mí, y provocó que pensara si yo podría decir con gusto y alegría ese gracias tan agradecido.
Y sí, nuestra vida es un continuo agradecimiento. Por todo lo que recibimos y por todo lo que somos capaces de dar. Hay que tener una honda experiencia de vida para poder pronunciar un gracias sincero, realmente agradecido por todo lo vivido. ¿Cómo estarlo? Mirando con ojos de asombro. Acogiendo con corazón de madre y padre. Esperándolo todo y, a la vez, abandonándolo todo. Viviendo el presente que se nos regala. ¿Cuántas personas, gestos, actos, palabras y silencios provocan que tu corazón se conmueva? Es decir, se vea movido a expresar, a salir de sí mismo, a agradecer eso que le ha recordado que late, bombea y anhela.
No es fácil tener una mirada limpia que se quede prendada de las cosas bellas que nos envuelven. No es fácil vaciar nuestro corazón de egoísmo para acoger de fuera algo que no es nuestro. No es fácil esperar sin ver, y menos, abandonar todo sin conocer a quién se da. No es fácil vivir el presente como un regalo si nos pesa el pasado y nos proyectamos en el futuro. No es fácil agradecer para quien no ha conocido la gratitud, para quien no ha vivido el amor desinteresado, para quien se ha encerrado en sí mismo. En cambio, ¡qué fácil y necesario es agradecer para quien se siente mendigo de la caridad!
Agradecer. No es más que decir a esa persona que nos alegra que exista. Es necesaria su existencia porque nos henchía el alma, nos hace reconocernos humanos necesitados de gestos de humanidad, y nos recuerda que estamos en el mundo juntos para crecer hacia la plenitud de vida. Y sin un corazón agradecido no podríamos avanzar directos a esta gran y anhelada meta. Sí, la felicidad. Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado. Ya lo decía otro gran amigo, ¡y qué es un corazón enamorado sino un corazón agradecido! Y no sólo agradecer a esa persona su existencia, sus gestos, compañía, palabras, silencios para con nosotros; también a los acontecimientos que la vida nos hace vivir. Sin ellos, no podríamos leer nuestra historia. Se nos haría difícil encontrar el sentido de esa angustia que pasamos, de esa alegría que experimentamos, de esa espera lenta, de esa duda continua… Sin una historia con sentido es difícil expresar un gracias sincero y realmente agradecido.
¿Cómo ver el sentido, cómo descifrarlo, cómo aceptarlo y hacerlo nuestro? Y convertirlo en nuestro punto de partida, en nuestro motivo de vivir. Vuelvo al principio: con una mirada donde nuestros ojos reflejen asombro. Con un corazón abierto que acoja cuanto conozca. Con esperanza paciente. Con abandono recio. Con una actitud de vida que se centre en el presente. ¡Y dejando que nuestro corazón se conmueva!
Gracias, amicus.
Gracias, Chema.
Gracias, Jefe.
Tu turno