Bla, bla, bla

Acabé el año dos mil dieciséis en otra ciudad gracias a blablacar. No pensaba que iba a ser una experiencia tan enriquecedora desde el inicio, con esos kilómetros de distancia en carretera metida en un coche ajeno y acompañada por personas que nunca había visto. Cuando mi madre lea esto pensará que tiene una hija poco confiada… Y no sólo mi madre, sino todo el mundo del planeta tierra. ¡Ya nadie confía! Y como consecuencia de este sentir, yo tuve un sentimiento de rechazo o más bien de incomodidad en el blablacar de vuelta a Valencia. Sólo por compartirlo con latinoamericanos. Así de simple, así de verdadero. Pero, a diferencia de aquéllos y gracias a lo que me han ensañado otras personas, dejé paso al asombro, a ese vivir el regalo del presente. Y todo dio un vuelco.

Se puede resumir la experiencia de viaje en una mezcla de culturas, mezcla de experiencias humanas, mezcla de estilos de vida, mezcla de creencias y mezclas de acentos. También podría resumirlo en una bonita enseñanza: no cierres la puerta a la humanidad. Siempre hay algo que aprender, que repensar e incluso que preguntarse. Todo cobra una nueva perspectiva cuando se comparte, hasta la propia vida. Nada es indiferente cuando quienes comparten tienen el ánimo de abrir la puerta de sus pensamientos, proyectos personales y profesionales, de sus experiencias y recuerdos, de su cultura y su incultura. Abrir la puerta al saber. Abrir la puerta al enriquecimiento. Abrir la puerta al prójimo. Abrir la puerta a viajar a otros rincones del mundo. Y es esto: cuando se abre la puerta a la humanidad se tiene el gran privilegio de recorrer el mundo sin moverse del sitio. ¡Qué viaje más interesante! Incluso para viajes de interior, internacionales o intercontinentales. Lo mismo da si se tiene el modo asombro activado. Creemos que lo sabemos todo hasta que nos topamos con estas personas en un blablacar camino a la ciudad condal o de vuelta a la ciudad natal.

Cuando se abre la puerta a la humanidad nuestro corazón se completa, nuestra persona se llena, nuestra existencia se reafirma. Por eso la foto que acompaña esta reflexión. Lo veía así reflejado: muchas manos de personas diferentes que, juntas, forman un corazón. Cada una de esas personas es importante para completarlo. Cada mano participa de ese corazón, está marcada con la huella del amor. Sin ese amor reflejado en cada una de las personas no se puede formar un corazón completo. ¡De ahí la importancia de ver el amor que tiene cada uno en su interior! De ahí, también, que sea necesario mirar en el interior, esperar a conocer, no juzgar por las apariencias y dejarse sorprender. Es emocionante vivir esta experiencia. Te puede abrumar de lo auténtica que es. Parece imposible, pero puede darse, es real. Cuando se vive deja un buen sabor de boca que al recordarlo incita a querer gustarlo más. Así son las experiencias humanas que nos llaman a vivir nuevas, buscarlas y alimentarnos de ellas. Es abrumador pensar que cada uno pueda llenar y completar el corazón del otro. Es una responsabilidad el saber que de nosotros depende un trocito de ese corazón.

Mi corazón lograron completarlo las experiencias de una argentina y su novio español, una venezolana, un colombiano, dos chicas españolas y una colombiana. Mi existencia fue reafirmada gracias a permitirme un espacio donde expresarme y ser escuchada, incluso acogida. Mi persona se llenó al recibir tanta cultura y vivencias comunes y no tan comunes. Es increíble que estando tan lejos los percibiera tan cercanos. Eso ocurre cuando se deja abierta la puerta: se acortan las distancias de todo tipo, las geográficas, emocionales, espirituales, hasta existenciales… ¡Viajes de ida y vuelta en horas de carretera! Horas que parecieron minutos. Horas que se tradujeron  en existencias compartiendo el mismo tiempo y espacio como si llevaran años haciéndolo. Eso es lo asombroso: de la noche a la mañana te montas en un coche ajeno, compartes trayecto con personas desconocidas, pones rumbo a un puerto común y en ese rumbo acontece la experiencia humana: el diálogo, el compartir, el conocer y conocerse. El poner rumbo a un puerto común es al menos en apariencia, porque cada uno tiene unas miras y proyectos en su vida diferentes a los del resto de personas. Aunque es cierto que toda persona comparte, en el fondo, ese anhelo por sentirse completa, y sabe que abriendo la puerta a la humanidad encuentra el camino más corto y el recomendado para ello.

 

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