Ahora mismo estoy bajo los efectos de la procrastinación. Los síntomas son muy claros. Uno sabe perfectamente que ha incubado este virus. Poco a poco se va extendiendo, crece sin previo aviso, te devora de pies a cabeza. Y ésta es la mayor pérdida: perder la cabeza de lo que realmente necesita de nuestra atención. Cuando la procrastinación entra en tu cabeza ya no hay vuelta atrás, todo queda a un lado, al margen del presente. ¿Quién no se ha visto afectado por esta necesidad de hacer y hacer cosas en detrimento de lo que verdaderamente debemos hacer?
Muchos llaman a esta actividad ociosa un virus -ya veis que yo también-, y es cierto. Se convierte en virus cuando deja paso a la irresponsabilidad, a dejar pasar las cosas sin importancia, a obstaculizar la libre y sana circulación de tareas y deberes. Un virus que no tiene una duración exacta, todo depende del sujeto que lo sufra. Puede durar días, semanas, meses, años… A veces es cuestión de unas horas, pero una vez se ha dejado abierta la puerta a este virus, éste arremete con todo. No deja títere con cabeza. Ojo: es sutil pero eficaz. ¿Y sólo es un virus? Es como se ha querido llamar, y es otro triunfo de éste. No hemos querido coger la responsabilidad y la humildad de decir que todo es producto de nuestra no voluntad.
Otros dicen que está de moda procrastinar. Y miras alrededor y tienen razón. ¡Todo el mundo procrastina en algún momento del día! Pero, ¿por esto ya se puede decir que está de moda? Muy a nuestro pesar, sí. Todos hemos colaborado en ello al dejar de lado nuestra voluntad e inteligencia. Todos aportamos nuestro granito de arena a esta inactividad activa cuando no respondemos con diligencia a nuestros deberes y obligaciones diarios. Será que nos falta motivación, pasión, ambiente propicio, buenos compañeros… Y será también que tenemos atrofiada nuestra voluntad. Desde bien pequeños nos han ido debilitando, e incluso, extirpando la ley del sacrificio y, en su lugar, nos han colocado la ley del mínimo esfuerzo.
Hoy hay como un querer y no poder, ¿o debería decirlo al revés? Sí, suena mejor y más acorde a nuestro ambiente. Entonces decía, hoy hay como un poder y no querer. No siempre es así, pero cuando aparecen síntomas de este virus todo empieza por ese no querer hacer lo que toca. Se puede, pero no se quiere. Posponer. Retrasar. Mañana. Son palabras que resuenan en nuestra mente, que vemos por doquier, que nos tientan. ¿Qué será eso que nos debilita el querer? Destapo el bote de la procrastinación y esto es lo que me encuentro: disfrutar, egoísmo, hacer todo a nuestro antojo, no querer que otros nos gobiernen. ¡Eureka! No querer que otros nos gobiernen. ¡Claro, la libertad que ahora está tan de moda también! Pero muchos olvidan que sucumbir a la procrastinación nos hace más esclavos que libres. Esclavos de nosotros mismos, de nuestros placeres, de nuestras personas. Y menos libres para amar, para salir de nosotros mismos, para darnos, para acoger otras vidas en la propia. ¡Para vivir plenamente! No exagero, ya lo veréis si experimentáis este procrastinar continuamente.
Desconozco si se ha encontrado medicina contra la procrastinación, pero últimamente pienso que puedo haber logrado un redescubrimiento para eliminar o paliar -pues lleva su tiempo y hábito-, este virus. Se trata de las listas o, como quizás los conoceréis más, los post it. Pero no sólo de post it vive el hombre, necesita también de su voluntad para ir haciendo lo que tiene en esa lista. Algunas personas piensan que eso de anotar todo en un papel es de personas débiles, faltas de memoria. O incluso lo contrario, tan fuertes que son hasta controladoras. ¿Hay un punto medio? Debería haberlo, y lo hay. Es algo tan sencillo como coger papel y bolígrafo e ir anotando -por orden de importancia y urgencia-, lo que se tenga que hacer durante ese día, ya sea en el trabajo, en casa, con los amigos… ¡E ir haciendo con diligencia, alegría y amor! La receta de la abuela siempre funciona.
Al final del día se tiene satisfacción por el deber hecho, por las tareas realizadas, por haber podido empezar y acabar algo o, al menos, avanzado. Ésto da impulso para el día siguiente. Los de tu alrededor estarán contentos por tu trabajo, y tú por saber que has sido pieza importante en el engranaje del día a día. Y así, siempre.
Muchas veces vivimos de forma «técnica». Solucionamos los problemas «técnicos» y concretos de nuestra vida. Nuestros planes llegan al fin de semana o navidades quizás… Quizás alguno tengo algún plan de vida más general: casarse, sacarse una carrera, encontrar un buen trabajo, etc. La procastinación es un virus que afecta a todo eso, como bien has expuesto. Pero la raíz es mucho más profunda.
¿Para qué vives? Saber la respuesta a esta pregunta que dota de sentido a toda nuestra vida, es fundamental no solo para la motivación de los problemas «técnicos» de la vida, sino para orientarla bien y vivir con un objetivo y contexto. Hemos de ser conscientes que un día moriremos y todo lo que hagamos en este mundo caerá tarde o temprano en el olvido.
Pero entonces… ¿Qué sentido tiene todo? Santa Teresa de Lisieux decía «mi vocación es el Amor». Porque el amor no pasa nunca, tanto en este mundo como en el otro. Y con eso todo se hace de forma diferente, porque quien ama, como bien comentas también, tampoco pierde el tiempo… ¡Hay tanto que hacer!
Y ya hablando por mí… ¡Que lejos estoy de vivir así!
Gracias por esta gran reflexión.
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¡Bienvenido de nuevo por estos lares, Mensajero! Perdona la espera, pero ha valido la pena (al menos por mi parte). Amen con todo lo expuesto, ¡qué importancia tiene el porqué hago las cosas! Y si es el amor la base de cuanto hago, digo, pienso, siento… Hay muchísimo que hacer en el natural egoísmo del ser humano, ¡pero no es un ideal ni imposible! Todo es cuestión del hoy, ¿estamos dispuestos a vivir en el amor?
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