Vivir en la Presencia

¿Presencia? Reconozco que cuando escuché por primera vez esta palabra, refiriéndose a una persona, me costó aprehenderla. Al mismo tiempo, y de forma sorprendente, algo de su significado se quedaba en mí, me era familiar. Presencia, ¿de qué? Presencia, ¿de quién? Presencia, ¿qué es? Presencia, ¿quién es? Todas estas preguntas agolpadas en mi mente, todas buscando una respuesta rápida, fácil, cómoda. Y, justamente, todas ellas no se pueden responder a golpe de diccionario. Se necesita una vida, recorrer la historia, relacionarse con la vida, buscar y encender la mirada. Un corazón despierto puede captar esa presencia. Una mirada inquieta puede alcanzar esa presencia. Un espíritu libre puede acoger esa presencia.

¿Cómo saber si uno vive? ¿Cómo saber si uno se cuestiona cosas? ¿Cómo saber si uno conoce? En relación a un otro, en relación con un otro, en relación para un otro -cada preposición tiene su importancia y peculiaridad-. Sencillamente, cuando esa presencia se hace evidente en nuestra vida. Sin esa presencia, lo echamos todo a perder. ¿Todo? Todo. Es, en ese encuentro con un otro, en esa relación, donde paramos en seco nuestros pasos solitarios -en ocasiones egoístas-, y empezamos a caminar junto a otro que da luz nueva a aquellos pasos solitarios que ya nunca más caminarán en soledad. ¿Quién es esa presencia? Nos preguntamos. Llega en una circunstancia concreta, en un momento de nuestra vida que sólo esa presencia conoce en profundidad. Frena nuestra pobre -en ocasiones vana- búsqueda de sentido, de identidad, de pertenencia, y la reconduce, la eleva a su dignidad.

Es curioso cómo, a lo largo de los años, es la misma presencia la que guía a muchas personas desorientadas, sedientas de verdad en sus vidas. Lo leo en tantos testimonios de vidas rotas, lo escucho de tantas personas que comparten sus historias y experiencias, lo compruebo en la mía propia. ¿Qué leo, qué escucho y compruebo? Lo profunda que es esa presencia, lo clara que es y lo poco que la vemos. ¡Y veo el bien de esa presencia en la vida de cada uno! Me parece curioso que sea la misma presencia, -¡exactamente la misma!- la que rescate a cada una de esas personas que conocí a través de un libro, de un vídeo o en la vida misma. ¿Esto puede llamarse casualidad? A la vez hace que me pregunte sobre esa presencia, que la quiera buscar, que anhele encontrarla, que desee ese mismo rescate. ¿Dónde estás, presencia?

Nos movemos por la vida buscando algo con una forma concreta. Un objeto o una sensación. Todo se reduce a un objeto o sensación que cumple una función. Esta función no es otra que la de saciar la sed. Y, ¿de qué tenemos sed? De compañía, de identidad, de alegría, sed de amor, de comprensión, de valoración… ¡Sed de vida! ¡Sed de verdad! ¡Sed de un camino a seguir! Concretamente, esa presencia tiene el alimento que nos aviva. No es lo mismo no reconocerla que reconocerla. No es lo mismo convivir sin ella que hacerlo con ella. No es lo mismo una vida sin la presencia que dejar que esa presencia entre en tu vida. ¡No es lo mismo cerrarte al amor que abrirte a él! Y de ésto sabemos mucho todos. ¿Cuántas veces hemos buscado el amor, el sentirnos amados, en ser amados? Porque todos fuimos amados una vez -y lo seguimos siendo, pero no lo vemos por nuestras heridas-, y queremos volver al principio donde todo se nos fue dado.

Sólo esa presencia pone fin a esa grieta que separa nuestro ser amado incondicionalmente, de nuestra realidad hoy. Sólo ese presencia es capaz de unir con sentido lo que fuimos y lo que somos. Sólo esa presencia nos recuerda quiénes somos en cada instante sin dejar que las circunstancias y las personas nos ofusquen la mirada y nuestro corazón. Sólo esa presencia nos permite respirar y vivir, acoger y amar, conocer y conocernos. Permitidme que a esa presencia la escriba en mayúsculas y le ponga un nombre: Jesucristo.

Os invito, y me invito, a conocerle, a dejarle la puerta abierta. ¡A asombrarnos, a dejarnos sorprender!

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