En el silencio ensordecedor

La madrugada es poco conocida en su esplendor. Suelen confundirla con la mañana resacosa o, simplemente, con un tiempo del día abocado a la pérdida del sentido o, quizás, todo lo contrario, un tiempo de encuentro con la personalidad de uno mismo, de la ciudad donde vive y de la naturaleza y el cielo que acompañan a uno.

Conozco la madrugada. No la resacosa sino la del alargamiento del tiempo disfrutado con personas amigas. Conozco la madrugada. No por la pérdida de tiempo sino por la necesidad del mismo para finalizar un trabajo, regalo o viaje. Conozco la madrugada. No por abocarme a perderme en ella sino por encontrarme con una llamada con una noticia inesperada. Conozco la madrugada. No por no querer dormir sino por no poder por calor, preocupación, dolor o por los vecinos. Conozco la madrugada. No por culpa de terceros sino por la necesidad de hablar de aquéllos ante un problema. Conozco la madrugada. No por confundirla con un tiempo de desconexión sino justamente por conectar con otras personas y mundos a través de la escritura y la lectura. Conozco la madrugada. No por actos o cosas insulsas sino por espectáculos culturales, deportivos y musicales que alimentan bien la noche.

Conozco la madrugada. ¿De verdad que la conozco? Todavía me faltaba un campo por explorar. Un paseo. Un camino de ida y vuelta. Una caminata para cumplir con un deber o realizar un favor gratamente… en la madrugada. Las cosas ajenas hay que cogerlas al vuelo pues en ella hay regalos y descubrimientos inesperados. Pongamos el reloj en hora. Son las 3 am. ¿Miedo? ¿Incomodidad? ¿Desamparo? ¿Amenaza? Me entristecen los prejuicios que se tienen con respecto a la madrugada y en consecuencia con la noche.

Parece que no se pueda disfrutar de cada paso por el miedo a que pase algo al darlo. Parece que no se pueda sentir comodidad ante el silencio de las calles ahora sin gente, coches ni actividad, por si por la mañana no queremos salir de casa y volver al ruido. Parece que no se pueda encontrar uno acogido por el silencio y en el silencio, y que uno se centre más en la soledad de la noche y no en su paz. Parece que no se pueda sentir la interpelación como una buena amenaza para salir de uno mismo y conectar e incluso remar mar adentro.

Si ellos dicen miedo, yo contesto prudencia acogedora de lo desconocido. Si ellos dicen incomodidad, yo digo comodidad placentera por lo desconocido. Si ellos dicen desamparo, yo digo acogida abrumadora en lo desconocido. Si ellos dicen amenaza, yo digo interpelación despertadora de sentidos por lo desconocido. En ese paseo que he realizado en contadas ocasiones, no ha habido ni rastro de todos aquellos prejuicios («ya llegará el día, ya…», dirán algunos). ¿Por qué no, unos, los que tienen prejuicios, y otros, los que asaltan la tranquilidad, dejan en paz a los que quieren conocer lo que la madrugada y la noche realmente son?

Y conocerla cuando se vive la madrugada o la noche en todos esos momentos mencionados antes. Es la otra cara de la moneda. Es totalmente diferente. Es como estar en el hemisferio norte y sur a la vez. Al menos yo lo vivo y siento así. Paseo y veo a una ciudad dormida y, mientras, una o dos personas limpian sus calles y yo contemplo este contraste. Unos duermen y otros trabajan. Como si fueran las tres de la marugada y las nueve de la mañana a la vez. Incluso en la madrugada puede encontrarse Belleza: en ese silencio de la noche en la ciudad dormida o en ese silencio ensordecedor de la noche en la ciudad necesitada de personas despiertas que profundizan.

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