Mendigando caridad

Son muchos. Somos todos. No sólo los de la calle, los que no tienen trabajo ni los que no tienen familia. Cada persona que habita la tierra hoy, mañana, pasado… Somos mendigos de la caridad; aunque no se quiera hacer ver, aunque sean otros los que nos hagan creer lo contrario, aunque cueste reconocerlo, aunque no se quiera ser acogido.

Son las experiencias ajenas las que provocan un punto de inflexión en uno mismo. Cuando se conoce la realidad del otro se empieza a entender la propia y a ver cuán parecidas son a pesar de las diferencias externas. Porque el corazón de cada uno tiene las mismas necesidades y anhelos. Y al tener alma nos hace ver más allá de las circunstancias que rodean a esa persona; ella vale por lo que es. Lo he leído esta mañana en un libro «(…) ve juntas a todas las personas que conoce en un solo instante. Las ve como son verdaderamente. Las ve por dentro, en el alma. Y comprende cuán preciosa es el alma y cuán poco lo es el cuerpo».

Quizás hoy es cuando más mendigos de la caridad existen en un mundo donde habita el odio, la guerra y la incomprensión. Donde la tecnología sustituye a la persona y a cuanto ésta pueda aportar al otro en presencia real, en contacto directo, en amor fraternal.

Hace apenas un mes conocí la realidad de tres personas extranjeras. Curiosamente mendigos de la calle (aunque este no es el tema principal). Tres hombres de países diferentes: Marruecos, Rumanía y Alemania. Quizás es sólo una mirada, una sonrisa o un saludo lo que les hace seguir cada día vivos si alguien se digna a mirarles, sonreírles o saludarles. Si alguien, llamemos a las cosas por su nombre, si tú o yo lo hacemos.

Ésos no son sólo actos aislados si quien los realiza se encuentra a esa persona en su rutina diaria. Y he aquí la diferencia: la caridad vivida aisladamente o como modo de vida. Si se elige esta última es una caridad vivida cada día y entre las personas que te encuentres. Entran aquí tanto la familia, los amigos, los compañeros de trabajo o clase como aquel que sale al paso, que te lo presentan o el que te atiende en el supermercado. De ti depende que la caridad no sea olvidada, no sea una utopía, que la gente crea y se una a ella. Porque está muy bien el voluntariado y llenar el Curriculum Vitae de experiencias de este tipo pero tiene que ser algo que envuelva tu vida.

Quizás esos mendigos de la calle sean los que interpelen a tu conciencia dormida y a tu corazón endurecido. Son personas como tú y como yo. Tienen sus vidas con sus necesidades, ilusiones y dificultades. Piden atención y si estás en su camino eres tú el elegido para ello. ¿Y cómo? Con lo dicho anteriormente: una mirada, una sonrisa, un saludo. ¡Hasta un café! Y una oración, por qué no. ¿Qué es lo que mendigamos de la caridad? Cuando damos lo que necesitamos, lo recibimos.

Entonces la mirada hacia esas personas cambia. Tienen un nombre y una historia. Ya no se puede ser indiferente a ellas y pasar por su lado como si fueran unas totales desconocidas para ti. Ha habido un encuentro y ahora hay sonrisas y saludos llenos de alegría. Quizás sea una pequeña gota en un inmenso océano, pero lo estamos llenando. Estas tres personas no han sido las únicas que han marcado un punto de inflexión en este tema, en la realidad de la propia vida. Ha habido otras tantas (me vienen a la mente cinco) que han compartido su realidad y lo han hecho sin miedo y con una humildad asombrosa.

A veces no se sabe cómo reaccionar ante esa apertura y ese mendigar caridad que brota de esas realidades pero, de un manera casi misteriosa, siempre se logra salir del paso. ¿Por qué? Porque que tú fueras el receptor, el pilar de apoyo, el que acoge, estaba previsto e ibas a tener ese saber estar y fuerza interior para tomar de la mano a esa persona en ese preciso momento y hablarle desde tu corazón, desde tu alma. Al ver esas realidades del otro, ves tu propia realidad y comprendes que mendigar caridad es un bien del que todos salimos ganando.

Si una persona viene a ti, tú haces el esfuerzo de comprenderla, un acto de confianza y fe en ella, una promesa de salir de ti mismo y dar lo que Dios ha puesto en tu corazón y esa persona necesita. Cuando una persona acude a ti es le acto más humilde que pueda realizar por su parte porque reconoce que ella sola no puede, que necesita que otro camine a su lado, que poner empeño en ser autosuficiente e independiente no le lleva al encuentro con el otro, ni a la felicidad y paz interior. En el momento de compartir su realidad contigo te hace guardián y protector de la misma. Confía en tu persona, lo abandona en ti, confirma tu valía en el mundo.

Si eres tú quien acude a otra persona, tú haces el esfuerzo de reconocer tu pequeñez, un acto de confianza y fe en ese salir de uno mismo, una promesa de repetir eso tantas veces sea necesario, y haces un esfuerzo de acudir a Dios para que te dé la fuerza para hablar y mostrar tu realidad. Es cierto que todos salimos ganando y el que no lo crea que empiece a vivir la caridad y a mendigarla.

5 respuestas a “Mendigando caridad

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    1. Intuyo que tú, Enrique, eres el mismo del equipo fearless!, así que te doy las gracias por dar eco a este tema y resaltar esas palabras. Acabo de echar un vistazo a tu blog y debo decirte que me he quedado gratamente sorprendida. ¡Cuánto bien y cuánta caridad estáis llevando desde Monkole! Un fuerte abrazo.

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  1. Efectivamente, el alma de cada uno es ciertamente preciosa (¡Cuantas sorpresas puedes encontrarte en personas de las que aparentemente no llaman la atención en nada!), hasta el punto que Dios mismo decidió que valía la pena la vida de su propio Hijo (¡Eso me alegra muchísimo, pues sólo el me considera tan valioso!)… ¿Y el cuerpo? A mi parecer también, en tanto en cuanto es el único medio efectivo por el cual podemos hacer uso de la caridad, o como dices tu, hacer de ella nuestro medio de vida. Además, nuestro cuerpo -es templo del Espíritu Santo- (1 Corintios 6, 19).

    Sin embargo, yo matizaría el problema de la iniquidad ya predicho por Jesucristo: -y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará- (Mateo 24, 12). Me refiero a esas personas que en ocasiones te encuentras y que no «mendigan caridad», sino dinero. No quieren ser escuchados ni comprendidos: quieren dinero. Y si hace falta te persiguen por la calle y te gritan para que les des. O esas otras a las que no les importa pisar o herir a los demás, o que hacen voluntariamente el mal. Personas en definitiva que, pese a tener un alma preciosa, en muchos casos han tenido una historia terrible que los ha llevado a endurecer su corazón. Como dice Isaías: -Ha cegado sus ojos, ha endurecido su corazón; para que no vean con los ojos, ni comprendan con su corazón, ni se conviertan, ni yo los sane- (Juan 12, 40). ¿Cómo abrir el corazón de esas personas, que lleva tanto tiempo cerrado? Yo aún no lo he descubierto, aunque imagino que sólo Dios puede. El problema, sin embargo, es que un encuentro con la iniquidad enfría la caridad.

    Por eso es importante, aunque difícil, que las malas experiencias con la iniquidad no apaguen la llama de la Caridad en nosotros, porque como nos cuentas, hay gente que la anhela. La mayoría, diría yo. Nosotros mismos, por ejemplo. Y más si se trata de amigos, familiares, compañeros, hermanos de fe, etc. Como dice San Pablo: -Por tanto, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe- (Gálatas 6, 10). Porque a través de la Caridad uno descubre milagros, y empieza a comprender, aunque sea sólo muy vagamente, lo hermosos que nos ha creado Dios.

    Personalmente, por la iniquidad y mi poca fe, la práctica de la Caridad no es sencilla, pero cuando parece que uno la pierde, Dios vuelve a mostrarte su amor, y puedes volver a ella, porque al final -nosotros amamos, porque él nos amó primero- (1 Juan 4, 19). Mi referente en la Caridad es Santa Teresa de Lisieux, una maravilla de persona, que me ha enseñado hasta que punto las personas pueden llegar a ser hermosas, y cuan lejos estoy yo de la Caridad de la buena, esa que -es paciente, es amable, la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta-. (1 Corintios 13, 4-7). ¡Gracias por esta gran reflexión, fundamental para todos, y muy conveniente para mi hoy!

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    1. (APLAUSE)
      No puedo añadir nada más salvo un gran gracias por tu aportación y estas palabras que reflejan la realidad que nos envuelve. Tienes razón con ese problema de la iniquidad (la he sufrido) pero a la vez uno se da cuenta de que no puede cesar de darla a conocer y de realizarla porque es más necesaria, visto lo visto, para romper esa coraza del corazón de esas personas que buscan el beneficio propio.

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