Rendida a tus pies

Escribo esto con una canción de fondo que se repite una y otra vez. Es nuestro Dios de Hillsong. La primera vez que la escuché me cautivó y, en el momento de encontrarme con esta imagen de la Virgen, supe que debía unirlas en una oración y oda al Amor, a la entrega y al silencio interior (si puedes y quieres, te aconsejo que la escuches de fondo mientras lees estas palabras).

Fue entrar en esa sala y encontrarla. Mis ojos fueron a parar en Ella; nunca antes había visto imagen igual. Me acerqué sigilosamente para contemplarla de cerca. Era tan real que casi traspasaba el cristal del marco donde estaba resguardada. Estando cara a cara con Ella no podía interrumpir su silencio y recogimiento. Sólo le interrumpí cuando decidimos colocarla en un lugar más visible para todos los que, como yo, querrían dirigir su mirada a Ella cuando nos hablaran de la vida y lucha cristiana aquí en la tierra.

El cuadro se encontraba en la casa de espiritualidad Verbum Dei en Siete Aguas. Veinticinco personas decidimos acudir allí el fin de semana para rezar, vivir el silencio y apoyarnos en el ayuno. Apenas dos días pero Dios hace grandes cosas con muy poco. Sólo hay que estar dispuestos a dejarse modelar por Él.

Nunca antes había visto imagen igual. Mírala. No te importe hacerlo por largo tiempo. ¡Hay tanto Amor en lo escondido! Es una Virgen joven y humilde. Su rostro muestra y destila paz. Su inclinación de cabeza habla de pequeñez, también de alabanza y, sobre todo, de recogimiento y aceptación de la Voluntad de Dios. Toda Ella es sencillez.

Sus ojos cerrados no hablan de miedo sino de contemplación desde el corazón, desde dentro de su ser, desde lo más profundo: su alma. Está rendida al Amor de Dios. Tiene una sonrisa llena de ternura; sólo los que conocen el Amor de Dios y lo contemplan a diario son capaces de mostrar esa sonrisa aun estar sufriendo lo insufrible, porque ven ahí también la mano amorosa de Él. No sale otra cosa que rezar como San Josemaría «la Cruz a cuestas, con una sonrisa en tu boca, con una luz en tu alma». Y así está siempre Ella, tu Madre: padeciendo por Amor por ti, pero lo hace llena de paz y abandono en Dios y en su Hijo que ha vencido a todo sufrimiento, a todo pecado, a todo mal en la vida.

Su rostro está iluminado sólo a medias. Parte de su cara está escondida, resguardada en la oscuridad. Y no, no es el miedo ni por el miedo. Es porque no se vio digna de tal llamada. Ella, tan joven, tan poca cosa, tan humilde. Quería que otra mujer recibiera tal honor de ser la Madre de Dios y de cada alma que habita en la tierra. Aun así, ese rostro dice tanto: interpela, habla, expresa Amor y paz interior. Seguro que su respiración es acompasada y armoniosa, sabiendo que está con la mejor compañía que pueda anhelar: el Amor de los amores.

De Ella dicen que guardaba todas las cosas en su corazón. Al ver esta imagen de la Virgen aquellas palabras cobraron vida para mí. Ahora ya podía imaginar a María cómo recibiría cada golpe de Amor y de sufrimiento. Necesitaba verlo con mis propios ojos como Tomás incrédulo por la Resurrección de Jesús. Fui al Retiro ciega como él y salí sin escamas en mis ojos capaces ahora de ver, de contemplar y de admirar; y todo esto desde el Amor.

Madre, yo te he estado mirando a cada minuto esperando parecerme a ti o al menos tener esa serenidad de espíritu como la que se desprende al verte. Sé que nunca seré como tú porque ya he caído varias veces; pero tú, como Dios, no te dejas ganar en generosidad y me lo has concedido. Me has hecho ver cosas, todas ellas locuras de amor, estando delante de tu Hijo Eucaristía; apenas escasos minutos pero suficientes para aumentar y afianzar mi Fe, Esperanza y Caridad.

María, no dejes de mostrarte tan humana como en esta imagen porque nosotros necesitamos de esos gestos; no somos ángeles, nos cuesta llenarnos de Dios y muchas veces no queremos intentarlo por pereza, egoísmo y vergüenza ante los demás. Y no dejes de mostrar el Amor de Dios en esos gestos humanos que nosotros intentamos imitar porque si no pocos serán los que conozcan a tu Hijo a través de nuestro ejemplo, de nuestras vidas, de nuestras palabras y de nuestros gestos inspirados en ti.

8 respuestas a “Rendida a tus pies

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  1. Esta mañana he leído un comentario de la primera de los Filipenses que se centraba en el anonadamiento de Cristo en la Encarnación. Dios se hizo nada, se negó a sí mismo, renunciando a manifestar su potestad. Me gusta pensar que ese gesto humilde de Dios empezó cuando Él se quedó asombrado al encontrarse con la humildad de María. Dios se encogió, se replegó, ante la preciosidad de esa joven, cuando la criatura sobrecogió al Creador haciéndose nada ante Él. La nada de María fue el gesto de su grandeza. ¡Aquí hay más sabiduría que en todos los libros de filosofía!

    Por otra parte, se acerca el Adviento. María ahora está encinta. Sólo ella tiene la certeza de que ese niño que crece en su vientre es el Hijo de Dios. Nosotros solamente podemos creer en su testimonio. Así, creer en Jesús es, asimismo, creer en María, confiar en esa mirada sincera y en esa sonrisa tímida cuando nos dice que sí, que por fin Dios ha venido junto a nosotros.

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    1. ¡María conmueve hasta al mismo Dios! Rafa, muchas gracias por tus palabras y recordarnos que Adviento está a la vuelta de la esquina. «A Jesús por María», no queda duda e incluso falta de protagonismo de Jesús, como llegó a temer S. Juan Pablo II pues siempre acudía a la Madre y llegó a preguntarse si no estaría olvidándose de Jesús.
      Qué paradoja lo que dices «la nada de María fue el gesto de su grandeza» pero a la vez qué esperanza para nosotros que somos torpes, inútiles y metemos la pata tantas veces.
      ¡Un saludo!

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    1. No es casualidad que hayáis pasado por aquí trayéndome uno de los mejores regalos de esta semana. Gracias por recordarme que soy Rociera y que tengo a la mejor Madre del mundo. Encima S.Juan Pablo II de intermediario. ¡No pido más! Un saludo virtual.

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