Da igual dónde se esté pues la vida le da continuas sorpresas a uno. En este caso hablo de sorpresas personales ocurridas entre personas de otras culturas pero no Credos. Es agradable viajar y encontrarte como en casa. Entablar una conversación y comprobar que, a pesar de no tener las mismas costumbres, pensamos, sentimos y actuamos de forma parecida. Lo que más me gusta de todo ello es que no he tenido que leerlo en un libro o guía de viaje; tan sólo me ha bastado salir al encuentro. He aquí tres sorpresas en apenas quince días.
La primera sorpresa tuvo lugar en una cena «filipina». El primer día que conocí a esta chica filipina y entablar una breve conversación con ella, me invitó a cenar a su casa para celebrar el cumpleaños de su hermana al día siguiente. No tengo claro si la invitación vino justo después de comentarle que era católica pues se ve que en los países nórdicos no es habitual. Llegó el sábado por la noche y esta chica vino a recogerme. Juntas fuimos hacia la casa de una amiga donde nos encontraríamos al resto. Durante el camino seguimos hablando y conociéndonos mejor.
La sorpresa fue llegar y encontrarme con un mini grupo de amigas filipinas reunidas para celebrar un día especial y acto seguido recibir todas las atenciones por parte de ellas. Y eso que no era yo la cumpleañera… Ahí me demostraron que era verdad aquello que dicen de los asiáticos: serviciales a más no poder. Tuve que pedirles que por favor hicieran caso omiso de mi presencia allí, no era más que una desconocida invitada. A pesar de lo raro que pueda parecer todo, en ningún momento me sentí fuera de lugar o una persona que acababa de entrometerse en la vida privada de un feliz grupo de amigas. Ahí lo admirable de todo y la sorpresa que me llevé: amabilidad, acogida, servicio. Y buena mano en la cocina; menuda cena prepararon y a gran escala. Me llevo dos costumbres culinarias filipinas junto con su exquisito trato para con los demás en la maleta de vuelta.
La segunda y tercera sorpresa tuvieron lugar durante una Misa pero en diferentes iglesias. Entonces las comentaré por separado. La segunda sorpresa tuvo lugar en una de las más conocidas iglesias católicas de donde me encuentro (hay bien pocas). Acudí el primer domingo de mi estancia y no me importaba el idioma de la Misa, lo importante era estar y participar en ella. Cuando llegué leí en el cartel que a esa hora la Misa era en vietnamita pues los filipinos la tienen reservada a esa hora siempre. Más contacto con el país filipino para conocerlos mejor. En este caso bien puedo decir que no entendí de la Misa la mitad… Sí tuve idea de las partes de la misma y cuándo debía arrodillarme e ir a comulgar. La sorpresa fue encontrarme la iglesia abarrotada de filipinos, grandes y pequeños, familias, parejas, abuelos… Y también el trato delicado para con el Señor sumado al Coro con canciones que me emocionaron.
Una de las cosas que más me gusta de ser católica es esto: ir a cualquier parte del mundo y encontrar al Señor y a sus fieles celebrando juntos. Da igual el idioma, la fe es la que une. No importa el idioma, la caridad en los gestos es la que une. Una Misa de más de una hora que a priori uno puede pensar que es pesada e innecesaria. Todo lo contrario, fue ágil y necesarias cada una de las palabras y notas allí recitadas o cantadas. Me llevo la devoción y trato al Señor de los filipinos junto a sus cantos sobrecogedores en la maleta de vuelta.
La tercera sorpresa, como ya he adelantado, tuvo lugar durante una Misa el domingo siguiente pero en otra iglesia. Justo a pocos metros de la otra. La sorpresa fue múltiple pues no esperaba encontrármela y menos llegar y tener Misa en español además de poder confesarme antes. La sorpresa de lo inesperado sabe mucho mejor.
La Misa era en hispano-español y los cantos originales de sudamérica. El sacerdote era joven, alegre y entregado a sus fieles, con apenas un año de sacerdocio. La iglesia abarrotada con personas de todas las edades. Otra Misa «larga» pero que hace mucho bien. «Larga» para los que no la entienden porque si tuviera que acortar cosas no acortaría nada, todo tiene su lugar y significado. Y todo es necesario para el que quiere rezar y tener un contacto cercano y personal con Dios. La sorpresa fueron los cantos (conocía dos) con instrumentos para marcar el ritmo. Ritmo que recorrió todo mi cuerpo llenándolo de una alegría especial. El Padrenuestro cogidos de la mano, aunque parezca un gesto ñoño, une con el de al lado y provoca una sonrisa acogedora entre los que entrelazan sus manos.
Tradiciones y costumbres. No diferencian ni pretenden separar, sino enseñar al mundo que las personas podemos dar mucho de sí. Las tradiciones y costumbres nos ayudan a mirar a las personas con admiración y respeto. Nos incitan a tener un corazón y mente abiertos para con los demás y a olvidarnos de los prejuicios. Tradiciones y costumbres que nos empujan a amar al mundo y a las personas que en él habitan sin miedo a perder nuestras propias tradiciones y costumbres; al contrario, las potencian y salvaguardan al contacto con otras.