Para los que os gusten las películas de Walt Disney, he tomado de una de ellas la palabra del título. Quizás desconozcáis su significado pero en Lilo & Stich la describen. «Ohana significa familia, familia significa estaremos juntos siempre».
Siguen sucediéndose manifestaciones en contra y a favor de ella. Es curioso y alarmante a la vez. Curioso, porque cuesta pensar que personas que la critican no consideren que están en el mundo gracias a un padre y una madre. Alarmante, porque la familia es fuente de futuro, desarrollo y amor, necesaria en todos los tiempos. Y me pregunto por qué la balanza nunca se inclina totalmente hacia la familia tradicional. Por qué la quieren modificar. Por qué es molesta. No se me ocurre mejor comunidad que la familia. Mejor equipo que la familia. Mejor empresa que la familia. Mejor laboratorio que la familia.
Me explico con esto último. En un laboratorio uno experimenta, comete errores para dar con una solución adecuada. La familia es un lugar donde experimentar, desarrollarse e incluso cometer errores, con la tranquilidad de saber que siempre se está en proceso y en camino de dar con la mejor versión de uno mismo. Con la seguridad de no ser juzgado y poder moverse con libertad, contando con el amor de los suyos. Y lo más importante, en ese lugar siempre se tiene mentores, tutores y compañeros de pruebas y fatigas: tu padre, tu madre, tus hermanos, tus abuelos, tus tíos y primos. Ahí bien puede decirse que las imperfecciones dan su fruto. Además, en la familia uno aprende de qué va la vida. Uno conoce la base de las virtudes y empieza a vivirlas, así como también pone en juego la propia personalidad y la modifica y mejora con el paso del tiempo y la conviviencia diaria.
Uno de los misterios que envuelven a la familia es el amor incondicional que se respira en ella y entre sus miembros, y que se presupone. No elegimos a nuestros padres ni hermanos, y si hubiésemos podido elegir no habríamos dado con mejores personas que las que viven bajo nuestro mismo techo. Es un misterio que nos acompañará hasta el final de nuestros días. Es una unión de carne, y por tanto, de sangre que no puede romperse y aunque tormentas, catástrofres o tragedias haya por medio, ese vínculo queda inquebrantable. Otra cosa es que por nuestra voluntad no queramos querer, pero en el fondo sabemos que esto no es así y hay siempre una llama de amor en nuestro interior.
Y me pregunto también cómo y cuándo empieza a peligrar la familia. Ésta está ligada al matrimonio. Éste a los hijos. Un mundo que no reconoce y protege la dignidad de las personas desde su inicio, está dando la espalda a la vida. Está negando el futuro y desarrollo al mundo. Está cerrándose al latir de la contrucción de un horizonte con miras a la felicidad aquí en la tierra. Un mundo que no respeta la ley natural de todo ser humano y por tanto, experimienta con y a través de él, está maltratando su naturaleza, su humanismo. Está infravalorando a su propio yo. Está echando por tierra de lo que nos beneficiamos hace más de dos mil años: nuestra libertad (movida por la inteligencia y la voluntad) que nos guía a acometer nuestra misión en la vida; y el perdón (y la capacidad de perdonar a los demás, de vivir la misericordia) que nos impulsa a seguir caminando, a pesar de los pesares, hacia lo bello, lo verdadero y lo bueno. Entonces ahí es cuando peligra el matrimonio y por tanto, los hijos. Es decir, en una palabra: la familia.
Por contraste, qué bonito es cuando se deja paso a la naturalidad, al desarrollo del guión escrito hace tiempo. Dando luz verde a la vida con todas sus consecuencias. Las personas tienen miedo de la palabra consecuencia porque la ven como algo negativo. Es imposible que la vida no tenga consecuencias como lo es también para las personas no dejar huella en el mundo. Así, la consecuencia de dejar paso a la naturalidad entre un hombre y una mujer, es que se unan en matrimonio y formen una familia. Conozco, de primera mano, desde la lejanía y hasta por la red de redes, familias con una felicidad y armonía tal que no se puede explicar si no es por el haberse dejado llevar por la naturalidad del amor. Hoy en día se está imposibilitando a muchas personas gozar de una experiencia así, de vivir y crecer en una familia. Y es una paradoja que seamos las mismas personas, que venimos de una familia, las que impidamos esto con nuestras leyes y actuaciones.
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