Hace unos meses tuve que preparar la maleta. El viaje iba a ser corto pero la estancia duradera. Así que debía valorar qué cosas llevar conmigo y qué otras dejar en tierra. No fue difícil tomar esa decisión pues en realidad lo que más preocupaba era el después, cuando ya hubiera cerrado la maleta y pusiera rumbo al aeropuerto. Entonces uno se pregunta si realmente necesitará esto o aquello, si pesa demasiado la maleta, si no se olvida de algo…
Efectivamente, siempre hay algo que se olvida. Unas veces es el cepillo de dientes, otras las botas de lluvia, y pocas, pero haylas, el pasaporte. Lo que yo me olvidé no fue algo que pudiera calzar o vestir, ni siquiera oler o comer. Me olvidé de algo que daba sentido a aquel viaje y, también, lo que ha permanecido siempre conmigo hasta ese momento: la cultura. ¡Y justo ésta no ocupaba lugar!
Pensaba que tenía enraizadas las costumbres y tradiciones de mi tierra e incluso de las ciudades y pueblos vecinos. Tenía asumido que podría poner pie en cualquier país y desplegar la sabiduría adquirida. Que sería fácil hablar de lo que uno ha visto y vivido y, por tanto, explicar el significado de todo aquello.
Nada más lejos de la realidad. Necesitamos ahondar en nuestras raíces, leer y profundizar en lo leído, e incluso estudiar, memorizar. Cuando te invitan a cenar siempre procuras llevar algo a los anfitriones: vino, pasteles o flores. Cuando visitas un país, ciudad, municipio o barrio, o quedas con los amigos en la plaza, procuras presentarte con tu identidad: origen, conocimientos y tradiciones. Algo de valor, con lo que aportar al de al lado y compartirlo sin miramientos, orgulloso.
La cultura es un bien inestimable. Tiene una repercusión inimaginable. Es universal pero a la vez personal. Es maravilloso encontrarse personas durante nuestro caminar con una cultura tan marcada. La viven y la comparten, la dan a conocer y llenan de alegría y color la vida de quien con ellos está. Es admirable ver cómo la hacen vida y la salvaguardan, es como su perla más preciosa.
Aquí nos han enseñado los acontecimientos que han marcado la identidad de nuestro país. También nos han hablado en el idioma característico de cada zona regional. Hemos leído libros, buscado en diccionarios e imaginado viajes en nuestro Atlas. Como también hemos visto películas, vibrado con documentales y escuchado música clásica. Nos han llevado a teatros, cines y a tantas excursiones. La cultura se vuelve superficial si dejamos que todo aquello haya pasado sin más. El peligro de la cultura es no ahondar en ella, no reflexionarla.
En el viaje de vuelta lo primero que meteré en mi maleta será la cultura adquirida con los años, la leída en tantas novelas y artículos y la escuchada de numerosas personas.
Es una muy buena apreciación…lo que dices.Todos deberíamos tener esa inquietud por aprender y llenar nuestra mochila de conocimientos, sabiduría y aprendizaje para luego poder compartirla con gente de otros lugares y continuar aprendiendo de ellos también. A veces uno se da cuenta con los años de lo que no sabe…por ello es bueno profundizar en lo aprendido, compartirlo y, como tú dices no dejar que lo que hemos vivido pase sin más.
Da tanto gusto escuchar a alguien que destila sabiduría…Para ello hace falta no perder nunca la curiosidad. Leyendo tus palabras, estoy segura de que, en tu viaje de vuelta, vas a llevar una maleta a rebosar de «ese contenido que no ocupa lugar pero que es tan valioso» que luego vas a poder compartir con toda tu gente…Sigue empapándote de todo y sigue escribiendo lo que sientes y piensas, porque así ayudas a llenar las maletas de muchos…y eso es cultura no?
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Qué grata sorpresa encontrarte por aquí de nuevo, Amanda. Muchas gracias por comentar de la forma que lo has hecho: aportando [aportándome/nos]. Estoy de acuerdo con lo que dices y espero traerme una maleta con sobrepeso (en ese caso no me importará cargarla a cuestas). Un fuerte abrazo.
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