Llevamos un mes de continuas revueltas en varios países. Es el caso de Venezuela y Ucrania. En Siria, más, y en países de Oriente ya se ha perdido la cuenta.
Con todo lo que está pasando en el mundo, salta la alarma. Todo es bastante preocupante.
Uno se pregunta qué puede hacer. Me alegro por el grito todos a una que se está enviando a cada país desde coordenadas de todo el mundo, con mensajes de apoyo y, sobre todo, oraciones. Llega a conmover y así debe ser, tanto el mal como el bien, conmueven. El mal, por sentirse uno impotente de no poder combatirlo al cien por cien, de no poder extinguirlo por siempre. El bien, por hacer que uno quiera encaminarse hacia la virtud, de poner por obra buenas acciones.
«La fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta». Hace poco llegaron a mis oídos estas palabras y me recordó esas movilizaciones de las que hablaba antes. El bien arrastra, pero cuesta más conseguirlo porque requiere de esfuerzo. El mal, aun arrastrando, no requiere de sudores para llegar a él, uno simplemente se deja llevar y lo tiene ante sí. Vemos a miles de personas manifestándose cívicamente, luchando verbalmente por sus raíces, valores y dignidad. Aunque también vemos a otros tantos luchando con armas y manifestándose mediante torturas y azotes para seguir contando con el poder, y así estar en lo más alto.
El obrar colectivo se está logrando con creces, pero no es suficiente. Es como la fe sin obras. Tomando la fe como multitud, si cada persona no se compromete (obras), está muerta, no hay nada que hacer. Por tanto, el problema viene del propio ser humano. La idea de empezar por uno mismo para no llegar a todas estas guerras de nuevo. Quizás parezca un planteamiento poco convincente, pero nos estamos olvidando siempre de ir a lo más sencillo. Y en este caso, está muy claro. Cuando se llega a lo que nuestros ojos contemplan cada día, no cabe duda de que se trata de algo dentro de las personas: rencores, intereses, iras, envidias…
Las causas son múltiples porque las circunstancias de cada persona así lo son también. Tenemos la parte de que no se ha sabido educar o no se ha podido recibir educación. No se ha recibido amor o no se ha encontrado amor alrededor. No se ha sabido usar la libertad o nunca se ha tenido opción de usarla (para bien o para mal). No se ha conocido el mundo y el ser humano o no se ha querido conocer. O, simplemente, todo ha estado en la comunicación: faltando respeto, escucha, acuerdo y consideración. Es por lo que he titulado esta entrada el fin del principio: el humanismo. Se ha perdido en el camino, lo han semicubierto pues aún se deja ver.
En cualquiera de esos casos lo importante es lo que podemos a hacer y no hacer cada uno. Podemos llegar a convertirnos en lo que menos querríamos en un abrir y cerrar de ojos. O bien, podemos llegar a ser luces en el camino de otros. Si escogemos cada uno el bien, aun con cruces, estaremos seguros de construir. Y esa contrucción, uno a uno, será al final el mundo que reflejen los telediarios, periódicos y fotografías que salgan a la luz. Completamente diferente a lo que nos tienen acostumbrados hasta la fecha.
Hola. Estoy de acuerdo contigo en que hemos de pasar de las buenas intenciones a las buenas acciones para que algo cambie. Y también creo que esto es muy difícil conseguirlo a base de razones. Se ha de conmover el corazón. Un reto, sin duda. Saludos.
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Gracias, Eva. Qué alegría leerte por aquí. Lo que dices de conmover el corazón es algo con lo que me identifico bastante y he escuchado últimamente. Sin duda es un reto grande porque los corazones no quieren abrirse y son muchas las distracciones que se les presentan antes de querer optar por «algo» más pleno y más humano. Gracias por tu aportación, un saludo.
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¿Quieres decir que la reflexión es una «fundición», como una mezcla?
A mí me gusta decir que lo espiritual y lo material «se funden pero no se confunden». Es decir, que están «trenzados», forman una unidad inseparable. Me cuesta entender la materia sin el espíritu: todo ser creado que se encuentra dentro de la órbita de Dios trasmite su aliento. A mi modo de ver, los seres que no están dotados de inteligencia y voluntad poseen de suyo un perfume espiritual, por decirlo de alguna manera. Por otra parte, los seres dotados de inteligencia y voluntad (más bien: aquellos que pueden ser interpelados por la verdad y el bien cuando son pronunciados por el Creador) se encuentran en una situación de búsqueda continua, pues a pesar de que en la Creación se respira ese perfume tan trascendente -como cuando notas distintos aromas en la montaña- las personas llevamos impreso en el corazón un sello de rechazo hacia aquello que viene de Dios. Esto visto sin el dramatismo propio de Lutero… Porque se produce ese rechazo, el ser humano se encuentra en una situación de búsqueda, porque como no encuentra a Dios no se encuentra a sí mismo… ¡Por eso veo la importancia de la Eucaristía! En ella está Cristo, que es el hombre en el que esa búsqueda no se da, pues en Él no hay duda ni desconocimiento de la Verdad. Y es Él quien dice quiénes somos, quien pronuncia nuestro nombre en plenitud. Pero bueno, esto son cosas que se salen fuera de lo que hablábamos…
Grazie!
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Anónimo, perdona el retraso. Gracias de nuevo por tu gran comentario, no esperaba uno de este calibre. Tendré que explicarme mejor, pero veo que sí entendiste lo de la «fundición». Me refería que al reflexionar sobre nuestra naturaleza espiritual y racional, nos damos cuenta que no podemos separar una de la otra porque se necesitan. Sería absurdo hacerlo, un sinsentido porque es evidente que las personas trascendemos las cosas, los hechos… porque buscamos la Verdad. Hay muchas personas que todavía no han encontrado esa Verdad, o no se hacen los encontradizos, o no quieren o rechazan cualquier oportunidad. Hace falta un encuentro personal, una experiencia de Vida en sus vidas. Sólo así, como bien dices, se pueden encontrar y reconocerse como «pepito», «juanita»… No creas que lo que comentas está fuera de tema, simplemente, hay niveles que según cómo de profunda sea la vida interiror de cada lector, pueden relacionar o no con el tema propuesto.
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Cada vez me convenzo más a mí mismo de que la realidad humana depende, exclusivamente, de la acción transformadora de la gracia. Sólo el Sacrificio del altar puede cambiar el mundo. La esencia del hombre y su conocimiento, que es la clave del humanismo, se resuelve en la Persona de Cristo: la Cruz cambia desde la eternidad el ahora de nuestro presente.
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He ahí el punto de vista desde la Fe, como yo también apuntaría. Comparto tus palabras. Hice otro tanto desde la visión humana. Está claro que, como diría un amigo especial, «para ser muy divinos hay que ser muy humanos». Muchas gracias por comentar, anónimo. Un saludo.
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Bueno, lo mejor es no ser dualistas (no digo que lo hayas planteado así)… Esa separación de realidades… ¿para qué quiere hacerlas un cristiano? Desde la experiencia de la fe, esta vida tan humana, tan palpable, tan… visible, hace que lo invisible sea cotidiano, ordinario, que lo divino se respire en el ambiente sin muchas reflexiones. A fin de cuentas, que Dios sea profundamente humano y que lo humano sea profundamente divino. Por eso, ese pedazo de pan es algo revolucionario…
Por cierto, tu enfoque es muy bueno.
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Me quito el sombrero, no podrías haber explicado mejor lo ordinario de lo extraordinario y viceversa. Por lo de la separación de realidades, no es exactamente así, sino la reflexión de cada una y por consiguiente, la aceptación de la necesidad de la una para la otra. «Anónimo», gracias por tu tiempo.
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