Ese gran desconocido

Quizás alguno piense que os voy a hablar del Espíritu Santo por aquello de haber empleado las mismas palabras con las que se le considera desde hace años. Lo dejaré estar para cuando se acerque la ocasión.

El «gran desconocido» eres tú. Soy yo. Somos todos. Cualquiera que habite la Tierra. Para todos empezamos a ser desconocidos y, por tanto, amenaza. ¿Amenza de qué, por qué y para qué? Muchas veces los miedos de la sociedad nos paralizan personalmente, y no hay que tomárselos a pecho.

Desde bien pequeños, nuestros padres y abuelos nos han dicho esa famosa frase de «no hables con desconocidos«. Encuentro esto en contra de la naturaleza humana. Hemos sido creados para dar vida, nos han dado vida para comunicarnos, para estrechar lazos, para empezar y hacer perdurar una convivencia entre personas de diferentes lenguas, razas y culturas.

Por culpa de aquella frase hemos perdido numerosas ocasiones de conocernos mejor. Quizás, en una conversación con ese desconocido, habríamos descubierto nuevos horizontes profesionales o personales, o la solución a un problema. Cuando compartimos la espera del transporte público sentados en la parada conversando o, simplemente, comunicándonos con las otras personas a través de una sonrisa, un gesto o una mirada, la existencia humana cobra sentido.

Siempre esperamos a ser presentados por un amigo a un conocido suyo pero gran desconocido para nosotros. Ahí la mente desconecta de la llamada amenaza. Cuando somos nosotros los que damos el paso sin mediar amigo, entonces se enciende la alarma: no sabemos qué nos vamos a encontrar, si será o no una buena idea acercarse al otro e intercambiar una palabra.

El problema del avance tecnológico no ha hecho más que abrir una frontera entre las personas. Y aquél, a medida que agiganta sus pasos desarrollando nuevos modelos, equipos y vaya usted a saber, no hace más que reflejar esa amenaza que no es más que una excusa de la sociedad para no enfrentarse a lo natural, a la vida real, a la humanidad. Carne y hueso.

Si hay tanta guerra, y no sólo ya belictiva sino también cualquier conflicto interno y personal con terceros; cuando media la incomprensión en cualquier situación, y cuando ocurren cientas y miles de barbaridades en el mundo provocadas por el hombre, es porque se ha olvidado a ese gran desconocido. Hemos descuidado el valor de la persona hasta tal punto que no nos importa acabar con su vida cuando no había hecho más que empezar a latir por primera vez.

Todos somos iguales. Todos con alma y corazón. Todos con inteligencia y voluntad. Todos aquí y ahora. Pero por lo visto, seguimos siendo esos grandes desconocidos.

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