Sobre ocho ruedas

Quien haya dado al enlace intrigado por el título de la entrada que esté tranquilo que existe la posibilidad de ir sobre ocho ruedas. No es una metáfora de la vida, ni mucho menos aunque bien podría tratarse ahora mismo. Está referido al ir en un autobús. Esto que escribo ahora nace durante el viaje a una ciudad española con tiempo por delante como para reflexionar sobre el silencio, las relaciones personales, el respeto y la rapidez de los acontecimientos.

De buena mañana el silencio es aparente, el ruido del motor y de los pájaros madrugadores lo ensordecen. Poco a poco van subiendo los pasajeros que hay en el trayecto de ida. Pasan los minutos y los kilómetros y de fondo sigue el ruido del autobús aunque ahora se le ha sumado la música que sale disparada del auricular de un joven.

Nadie habla. Es verdad que somos pocos pero no es sólo ésta la causa. Cada uno está sumergido en su móvil, iPad o tableta. Hay una distracción común que entretiene personalmente. Siempre la misma escena: Suben, se sientan y se aíslan. Unos con cascos, otros con el móvil y pocos con el paisaje. Esto último ya es difícil encontrarlo porque siempre hay algo mejor que hacer que observar y conocer aquello que forma parte de nuestra vida, que está a nuestro alrededor.

A la vuelta suponía que habría otro panorama. Para nada. Sube una chica en una de las paradas establecidas y se sienta en el asiento de delante. Al cabo de unos segundos empiezo a oír un «clic, clic» constante. Intrigada, observo por el reflejo del cristal. Es su móvil llevando a cabo el proceso de subir la última foto: justamente su billete de autobús. Quizás haya escrito «por fin de vuelta a casita después de un día agotadorrrrrr!». 

Lo que llegué a reflexionar con el paisaje que contemplé (aparte del maravilloso de ventanas a fuera) fue que el silencio no existe, no queremos que exista. ¿Por qué? En silencio ocurren cosas indescriptibles pero necesarias para el continuo día a día. Un poco de silencio viene bien para encontrarse y colocar cada cosa en su sitio y responder, con calma, a las constantes preguntas que afloran nuestra mente al contacto con la vida.  Las relaciones personales disminuyen o, al menos, no son propiamente relaciones. Dos personas juntas con un móvil en la mano cada una comentando sobre lo que están viendo, no es precisamente una relación de tú a tú. ¿Quién conoce a quién? Conocen de otros. El respeto hacia los demás es un derecho y obligación que se han eliminado de la cotidianidad de las personas. Está el que no silencia el móvil o al que le llaman y habla en voz en grito sin, al menos, irse a la parte de atrás. O el que «comparte» su música con el resto de pasajeros en lugar de degustarla en un límite acústico considerable, ¿Cómo van a mejorar las relaciones personales si no se les tienen respeto a las personas? Por último, la rapidez de los acontecimientos es cada vez más estremecedora. El tiempo sigue su paso, no espera a nadie. Las cosas pasan, las cosas suceden, las cosas llegan.  Si se está pendiente de sacar una foto, responder al móvil, descargar la canción de moda o de coger la mochila y bajar del autobús rápidamente para seguir haciendo lo que se ha estado haciendo en el autobús ¿cómo podemos dejar tiempo entre la rapidez de los hechos para pensar, para tomarnos las cosas con calma y saborearlas?

Lo más preocupante de todo es llegar a preguntarse ¿qué es eso que tienen las cosas materiales para absorber la atención de las personas y llegar hasta hacerles apearse de la vida real?

Me viene ahora a la mente una conversación con una amiga que me decía que se había perdido la capacidad de admirarse por las cosas pequeñas o grandes. Y es que eso no quita que se sienta admiración por las cosas materiales, véase las nuevas tecnologías que te permiten estar en otro continente, sentada con el móvil, mandar un mensaje por whatsapp y llegarle a la otra persona en cuestión de segundos y quedarse atontada por ello. O retorcerse el cerebro intentando dar una explicación al hecho de poder escuchar música a través de unos auriculares pensando que la música está por todo tu cuerpo, o tener un simple usb, tan pequeño a primera vista pero con la gran capacidad de albergar millones de informaciones y no saber cómo meter toda tu ropa en una maleta…

¿Qué nos está pasando? ¿Por qué unos tanto y otros tan poco? La vida es un constante aprendizaje.

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