Como si de una película de Matt Damon se tratase contemplé una escena de la misma. Una tarde por las calles de la ciudad de Valencia, tres semáforos se apagaron al mismo tiempo. Los tres estaban localizados en tres calles concéntricas.
Al instante, coches yendo y viniendo sin orientación, lo que hizo que los primeros minutos fueran un caos. Después sobrevino la calma y más tarde apareció el policía manteniendo el orden. Aun esto, no hubo accidentes y, cuesta creerlo, se respetó el turno de coches y peatones.
Al contemplar cómo iban ocurriendo los hechos, no pude evitar comparar dicha escena con normas y leyes que se establecen por conseguir cierto orden social, público y cívico. Me pareció un ejemplo claro y gráfico de cómo puede acabar una persona si no se deja guiar por otros. Confuso, perdido, sin rumbo claro.
Hay veces que no vemos la necesidad de esas normas y pensamos erróneamente que se nos está quitando libertad, cuando lo único que hacen es darle forma, una salida adecuada a cada situación. Sabemos, por experiencia propia, que si nos dejan libres como un pájaro podemos llegar a realizar acciones de las que arrepentirnos o en las que nos juguemos la vida. Cuando leyes y normas responden a las necesidades y a la naturaleza de las cosas y personas, con sentido común y nunca perdiendo de vista la dignidad humana, podemos estar bien seguros que nuestra libertad desplegará sus alas vivamente con acciones que convierten cada elección en un sí a la vida, un sí al amor verdadero, un sí al trabajo, entre otros muchos.
¿Quién no ha crecido entre «llama antes de entrar» o «da las gracias después de recibir un regalo»? Estas acciones «impuestas» nos han sacado de más de un apuro en nuestra vida. Han llenado de educación, respeto y admiración nuestra persona. Cuando vamos a la montaña para disfrutar de una senda verde, se nos olvida pensar en los pioneros, los que pasaron primero por esos caminos y que cuidadosamente y con tiempo, pusieron marcas y trazaron el camino para que otros no se perdieran y pudieran llegar a su destino de la forma más precisa y preciosa posible. Se nos olvida agradecer el trabajo y lucha que supuso todo lo que ahora tenemos. Contar con unas huellas en donde pisar seguros hacen que nuestra vida crezca en todos sus ámbitos.
Hoy estamos ante una sociedad que mueve esas huellas a su antojo, donde hoy dijo sí, mañana dirá no. Ahora se habla mucho pero se piensa poco, y hoy más que nunca se sigue necesitando que unos pioneros se adentren en la selva que se ha creado para trazar de nuevo, con sumo cuidado y tiempo, un terrero firme y seguro que devuelva la esperanza a las familias que dejan hijos, nietos y biznietos ante un futuro incierto.
Primera vez que leo una entrada de este blog. Agradecida de haberlo «encontrado». Ya me he suscrito a la «recepción de actualizaciones» por email :-)!! Me ha gustado la entrada, por la «ordinaria» (cotidiana, me refiero) analogía con que introduce la cuestión, por las razones que da al hecho de eso que a veces podemos considerar «normas impuestas» y por el planteamiento que hace del presente con vistas al futuro… (bueno esto es todo lo que puedo decir después de una «dura» mañana y a estas horas en las que escucho a mi nevera llamarme) :-)!! ¡¡¡Voy a poner una pega!!! (que nada tiene que ver con lo escrito por la autora) Y que me corrijan si me equivoco: ¿no hay comentarios anónimos? Snifff, snifff… Bueno, como no los veo, pues hago «publicidad» :-P!!
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Qué sorpresa encontrarte por aquí, Lydia. Gracias por dejar un comentario tan crítico. Espero seguir escribiendo a ver si encuentro a algún anónimo más. ¡Saludos!
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