Una estrella brilla con luz propia, siempre está aunque nuestros ojos no la perciban. Su lugar se encuentra allá en lo alto, con el resto de planetas y cometas. La Estrella, con mayúsculas, de esta entrada es una mujer. Comparte con la otra el estar siempre a nuestro lado aun a pesar que uno no reconozca su presencia.
La Estrella de mayo que aparece e irrumpe de lleno, más si cabe, en nuestro día a día. Otro once de mes que abarcar y no me cabe duda de quién será la protagonista. Tanto para los no creyentes como para los ateos e incluso para algunos practicantes (o sea, católicos, donde me incluyo), es difícil hacerse a la idea y creer que Ella, la madre de Dios, es también madre nuestra. ¿De quién creías que iba a hablar en este mes? Aunque sea una cosa muy divina no deja de ser muy humana.
La escena es como si uno de nosotros tiene un gran amigo y a la madre de éste como segunda madre. Si nosotros perdiéramos a nuestra madre, de seguro que aquel gran amigo te acogería en su casa y su madre te trataría como a un hijo. ¿Y esto no es comprensible? Todo lo más normal y natural del mundo, pensaréis. Eso mismo pienso, creo y digo yo, cuando escucho estas palabras cada año: ‘Hijo, ahí tienes a tu Madre’. Es una inspiración para todas las madres.
De siempre he comprobado la devoción a la Virgen en Valencia y sé que muchos tildan a los valencianos de ser muy de la Virgen y poco más (eso que cada uno se lo cuestione). Sé también que la Basílica tan bien cuidada, llena de luz y con esos frescos en su cúpula, hace mucho por aumentar esa devoción y el canto de la Patria emociona a cualquiera. Digamos que he crecido, unas veces sabiéndolo y otras ignorándolo, entre devociones, cantos, rezos y milagros. Con la mayoría de edad uno llega a conocer y cuestionar todo desde una perspectiva nueva y éste ha sido mi caso. Desde ese momento caí en la cuenta de lo valiosa e importante que era aquella frase ‘Hijo, ahí tienes a tu Madre’, pronunciada con sonidos nuevos para mis oídos y con significado renovado para mi entendimiento.
No es sólo una frase, es una base donde pisar seguro, una luz en un futuro incierto, un atajo a una vida llena, una mano en un momento difícil, es una sonrisa para alegrar el día, una caricia donde falta amor. Es mucho más que una simple y profunda frase. Es la tranquilidad y seguridad de caminar acompañados siempre de la persona que mejor nos va a enseñar a amar, a entregarnos, a servir y sonreír a los demás, cueste lo que cueste y suframos lo que suframos. El final, siempre valdrá la pena.
¿Y cómo se puede querer una imagen o una escultura? Es de locos. Olvidas que antes se ha conocido a esa persona para después inmortalizarla en una imagen o esculpirla en una escultura. El mejor parecido para el que más se haya molestado en conocerla. ¿Cómo? Leyendo su vida, observando cada gesto y haciendo propias las pocas pero profundas palabras que están recogidas en esos escritos. ¿Y rezarle cada día una oración y encima la más larga y monótona de todas? Un amigo te contestaría ‘es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto’. No me importa decir que el Rosario (sí, esas cuentas de bolitas que sólo ves en manos de abuelitas devotas) es mi vehículo de unión con Ella, es como si le cogiera de la mano cada vez que lo sostengo en las mías. Siempre, antes, durante o después, se encuentra la calma cuando uno se dirige y habla con Ella. ¿Que no lo crees así? Empieza por molestarte en pronunciar su nombre.
Cada vez que escribo en un once del mes, parece que grabe un vídeo testimonio, aunque con la diferencia de estar ahora tras la cámara transcribiendo mis propias palabras que es lo que más me gusta. Es lo que pretendo y este Año de la Fe me lo pide. Cierro con una oración que hay que desmenuzar lentamente y hacerla vida.
Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara” [San Bernardo]
Tu turno