Una tarde soleada de abril a la salida del colegio. Recuerdos de hace dos décadas, vivos como aquellos años. Una vez más recorrer, en las miradas de esos niños, las travesuras que se hicieron, la alegría de ver a papá o a mamá en la puerta, la ilusión de saber qué había de merienda.
Es curioso lo que se experimenta en ese momento al ver salir en tropel a niños y niñas de menos de cinco años, corriendo, saltando, a gatas o a regañadientes… Una vez se fue niño y se salió por la misma puerta de idéntica forma. ¿Tan rápido pasa una etapa a otra?
Como decía, una tarde soleada del mes de abril a la salida del colegio, cargada de un sinfín de recuerdos, pero además, de preguntas: ¿de verdad que la gente se plantea no tener hijos?, ¿cuándo se pierde la inocencia?, ¿por qué la naturalidad se deja de lado?, ¿cuándo darse cuenta y llevar una buena vida?, ¿cómo conservar a los amigos? De pequeños entramos y salimos por la puerta del colegio sin más conciencia que esa misma: saber que entramos al colegio, pero no sabemos por y para qué lo hacemos. Quizás sea esto lo que más asaltaba mi conciencia cuando contemplaba sonriente la bonita estampa de esos niños de infantil y primaria.
Pensaba que a la salida del colegio se adentrarían en otras aventuras ya sea en el parque, de camino a casa o en la habitación de los juegos. Seguirían con esa sonrisa de oreja a oreja, quizás peleándose con algún hermano por no dejarle la pelota o haber roto su dibujo, o gritando a más no poder interpretando el último éxito de Gangnam Style. Y así un día tras otro, ¿hasta cuándo el despertar a la realidad? La inocencia tiene caducidad por lo visto, así lo provoca la sociedad por algunos individuos. ¿Qué culpa tiene un niño? En todo caso, no se pierde la inocencia buena si uno así lo quiere. Suerte tienen muchos niños de contar con adultos que poco a poco les van contando la verdad, les hablan de la vida y de cómo trabajarla para llegar a buen puerto.
Ese despertar a la realidad se convierte así en otro juego para esos niños. Sus padres, hermanos mayores o quienes estén a su cuidado les van destapando pistas que ellos tienen que adivinar con tropiezos, otras veces con «veo, veo», muchas otras con cicatrices, a través de canciones divertidas; pero siempre habrá en esos momentos reflejos de verdad, de vida y futuro. Cuando un pequeño experimenta esto mismo en el colegio, a la salida del mismo y en su casa (hogares para cada uno de ellos), las preguntas soltadas al aire de antes no tendrían porqué hacerse y si ocurriese, no habría una respuesta drástica porque donde hay felicidad no hay preguntas y sólo hay un tipo de respuesta: la optimista.
Entonces esos niños siguen con esa risa contagiosa en la cara que irradia confianza y uno no puede más que sonreír y confiar también.