En un inicio llamé esta nueva entrada «la divertida aventura de las relaciones personales». Después de reflexionar un poco más, me pareció oportuno cambiar a «lo arriesgado de las relaciones personales» pues creo que es lo que mejor se ajusta a este peculiar tema. Sí, siempre hay que elegir, por tanto, hay que arriesgar a que esa elección salga bien o mal. Arriesgado, porque uno no controla a la otra persona, ni las circunstancias ni el tiempo.
Uno se encuentra a merced de la libertad de cada cual, por tanto, arriesga su persona siempre que elige conocer o ser conocido, en el sentido de crecer en habilidades, conocimientos y en amplitud de miras, o por el contrario, decaer por completo a modas, tendencias y vicios que no enriquecen. Sigue siendo arriesgado en el momento en que una persona decide embaucarse en la vida, es decir, vivir conscientemente las etapas naturales de todo ser humano: académica, social y familiar.
En todas ellas uno puede conocer a un gran número de personas que entran y salen, saludan y se despiden, suman y restan… Aquí lo arriesgado es encontrar el modo de saber estar y desenvolverse ante tanto movimiento. Descubrir y valorar el sentido que ha tenido y tiene esa persona en ese momento concreto de la vida. A partir de ahí, todo deja de ser menos arriesgado, más fácil. Desde que se inicia la infancia hasta la universidad todo va en bloque: 20-30 personas caminando por donde uno camina, 20-30 personas escuchando lo que uno escucha, 20-30 personas viviendo un acontecimiento a la misma hora, en el mismo lugar y con el mismo ambiente.
Quizás éste sea el peor ejemplo de lo arriesgado en las relaciones personales, ya que aquí vienen dadas y uno no se puede separar de ellas, sí elegir 4 ó 5 que más se ajusten a las aficiones, proyectos futuros o visión de la vida de cada cual. Cuando se acercan los últimos años de universidad o se inician nuevos estudios, cuando comenzamos a poner un pie en el mundo laboral, es donde se palpa lo arriesgado de las relaciones personales: piden que sean elegidas, piden que uno busque, que salga de su comodidad y bucee.
El primer paso ya está dado, después toca seguir adelante en una divertida aventura en la que lo más importante es conocer y conocerse, abrir los ojos y afinar los oídos. A partir de ese momento uno coincidirá con personas con las que comparte piso, gimnasio, autoescuela, trabajo, cumpleaños, fiestas, verbenas… Otras con las que celebrar victorias propias, ajenas, españolas o mundiales; muchas otras con las que caer, crecer, enfrentarse, llorar o reír. Y otras tantas con las que conocer realidades lejanas o desconocidas. Aun ese continuo cambio, arriesgado o no, merece la pena relacionarse, apostar por las personas, iniciar una conversación o una longeva amistad.
Tu turno