Veinticuatro horas no llegan para realizar todo lo que la vida te propone cada día. Hay etapas o períodos en los que, desde que se pone un pie en la calle, no hay más tiempo que para aquello en lo que trabajas, estudias o atiendes. Un tema comprensible, por lo visto.
Además, suele darse esta casuística: cuanto más se quiere hacer, menos tiempo se dispone para ello. Al revés sucede un tanto de lo mismo: cuanto más tiempo, menos cosas se le ocurre a uno hacer…
Ocurre también que hacemos mejor y más rápido las cosas cuanta más presión tenemos. Viene bien de vez en cuando notar la soga al cuello (Dios aprieta pero no ahoga). Supongo que os habrá pasado alguna vez el tener dos horas en toda la semana para hacer un trabajo que necesita su reflexión y búsqueda de información. Una vez te sientas en la mesa de trabajo, la mente está dispuesta a dar lo mejor de sí y esos ciento veinte minutos se llenan de eficacia, esfuerzo, atención y trabajo. Está comprobado, o lo haces o estás perdido. Al final, te ha costado pero lo has sacado adelante y, además, está de diez.
Todo esto está muy bien, pero ¿dónde quedan las personas… tu gente, amigos, familia? Hay que ingeniárselas para que, entre todo ese ritmo frenético, nunca se deje de lado lo mejor del día: intercambiar un gesto, palabra, mirada, risa con el otro. Supongo que esa pregunta sobre la gente no es el problema, porque la gente siempre está ahí: en el trabajo cuentas con tus compañeros (amigos con el tiempo), en la universidad están tus colegas de clase (friends later on), en casa a la hora de desayunar/comer/cenar te sientas con tus padres, hermanos (familia siempre).
El asunto está en contar con esa gente, relacionarse, dar valor a estar con personas a la hora de trabajar, estudiar, caminar por la calle o descansar en casa. Entonces todo encaja y, aprovechando al máximo esas horas, aún habrá un momento para un café con tu gente del barrio, del colegio, de aquel viaje años atrás… El día entonces ha dado de sí todo lo que se ha podido estirar, y uno se va la cama con cansancio, pero contento.
Vuelvo a la frase de «cuanto más tiempo, menos cosas se le ocurre a uno hacer…». Quizás hay un remedio para ello: post it.
No es de ser menos inteligente anotar en un papel gente a la que llamar, correos y cartas que escribir, sitios y personas que visitar, o novelas y revistas que leer. Así seguro que siempre tendremos algo de provecho que hacer.