La noche del cinco de enero fui a cenar a un restaurante chino con unos amigos de mis padres y sus respectivos hijos. Allí, hicimos entrega de un anticipo de Reyes. Uno de esos hijos recibió, con mucha alegría, la trilogía de “50 sombras de Grey” de E.L. James (supongo que no habrá que aclarar de qué trata).
Quizás no le veáis la gracia a todo esto, hasta que no os dé un dato más. A la mañana siguiente, yo abría con ilusión y alegría los dos tomos de “Humanismo” de Lorda que dejaron los Reyes Magos en casa. Aquí es donde esta situación cobra interés. Cada uno con sus tesoros en mano. Cada uno expectante por su próxima lectura llena de aventuras. Cada uno feliz por tener lo último en su estantería.
Diferencias hay en todos los aspectos. Puede que poner a Lorda como contrincante sea jugar con ventaja o no, según quien lo juzgue; o bien no sea el mejor modo de comparar una novela con otra. Partimos de dos puntos de vista nada equidistantes, principalmente porque los de Humanismo no son novelas, y porque ella, E.L James, y él, J.L. Lorda, no los escribieron para ganar el premio Nobel.
Las sombras se han hecho famosas más por lo que esconden que por su literatura, más por los secretos íntimos que tratan que por su belleza, más por los juegos carnales inmersos en ellas que por su enfoque de engrandecer al ser humano. Las sombras sólo hacen más que oscurecer el camino, y esta vía nadie, en su sano juicio, la querría. Muchos ya han sido ensombrecidos.
El humanismo no se ha hecho famoso mundialmente, no porque trate temas vitales sino por el rechazo que supone vivirlos, no porque amplíe la visión pequeña de la persona sino por estar ésta empeñada en seguir viendo así, no porque eleve la dignidad de la vida de cada uno sino por querer éstos desaprovecharla. El humanismo llama a la puerta de cada uno, éstos lo buscan aún sin saber o querer reconocerlo, y necesita una respuesta pronta y decidida. Muchos ya han empezado a responder.
Tu turno