Nos enviarán a todas partes sin oportunidad de llevar nada, no nos hará falta: tenemos la Luz de Luz, capaz de hacer ver al más ciego.
La vida que nos ha tocado vivir a muchos, quien más, quien menos aquí, en la Tierra, es esa. Por cada adversidad una oportunidad, como veis, por mucho que pinchen siempre hay una respuesta afirmativa, un camino alternativo que tomar en lugar de seguir por el que todo el mundo se empeña en pisotear.
Ese otro trayecto, una vez conocido y una vez apostado por él, es una nueva vida que se presenta ante nuestros ojos. Se convierte en un camino de rosas que, aun presentar espinas, nunca pierde su belleza. Hay muchas películas épicas y taquilleras que hablan de la no existencia del triunfo sin la renuncia, mostrando siempre que no hay victoria que no haya llevado consigo sufrimiento, y haciendo ver que para salvar la libertad hay que ofrecer algún sacrificio.
Ahí están El Señor de los Anillos, Gladiator… Todo esto me ha recordado una escena de la película Invictus, en la que se oye de fondo el conocido poema de William E. Henley que lleva el mismo nombre de la película por título.
«Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.»
Tu turno