Siento haberos aguado la fiesta, éstos son los auténticos. Dos meses después del once de octubre…
Van y vienen, no les importa la distancia a recorrer, porque el sentido de su vida está en las necesidades del otro.
Ríen y lloran, no les importa mostrarlo en público, porque son personas en medio del mundo.
Se paran y escuchan, no les importa por cuánto tiempo, porque eso es lo mejor que pueden estar haciendo.
Sufren y perdonan, no les importa el porqué, cuándo, cómo y a quién, porque esa es la única forma de amar.
El año pasado salió en una famosa revista un artículo hablando de las diez profesiones que llenan más a las personas. Curiosamente la del sacerdote estaba la primera. Muchos se preguntan porqué unas personas que renuncian a su vida, no teniendo más que un traje de chaqueta, una sotana y unos zapatos negros pueden reflejar tanta alegría a su paso.
Un año antes daba a luz una noticia sobre unos sacerdotes en Irlanda que no habían sido fieles. Antes rara vez se hablaba de ello, a partir de esa noticia estaban en el ojo del huracán. Otros tantos se preguntan porqué unas personas que dan su vida por el Amor, rechazando toda clase de amor (en minúscula), pueden caer tan bajo. ¿Visto uno, vistos todos? ¿Conocido uno, conocidos todos? ¿Infiel uno, infieles todos?
Caen y se levantan, como todo el mundo, cada día. Son humanos. Saben que lo importante es no dejarse caer y menos quedarse en la caída. Se levantan por ti, porque en cualquier momento les necesitarás: querrás abandonar viejas experiencias y vicios, compartir un sufrimiento, contar una gran alegría o desahogarte con lo que no te deja respirar en paz.
Es bonito saber que siempre hay alguien dispuesto a poner su corazón en el suelo para que tú pises blando. Eso hacen los sacerdotes, los hombres de negro.
Gracias
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«Anónimo», te leí en su día pero no te había dicho nada, perdona. Gracias también por tu agradecimiento.
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