Treinta y un días después, el primer aniversario. La importancia que se le dé depende de cada uno, pero aquí se quiere aportar un poco a este año marcado por la fe.
Apenas transcurridos unos días del mes de noviembre y sólo se ha oído hablar de Halloween, de los Santos y de los muertos.
Con todo ello y tras hablar con un hombre vestido de negro, se llega a una conclusión confusa para muchos, pero lógica para otros. Leía en un libro una cita que venía a decir algo así como «…Dios tiene una lógica que la lógica humana no puede entender».
Quizás no hay que ponerse tan serios porque Dios no juega con las personas y deja unas pistas muy claras, más que suficientes. ¿No lo crees así?
¿Qué me dices entonces de los exámenes de la universidad? Todo el que haya pasado por ellos sabrá cómo hay que prepararlos. Ya antes de empezar la etapa académica post Bachillerato, se temen. Y después, cuando se empiezan las clases, te avisa hasta el apuntador y, además, el calendario oficial de la universidad ya ha reflejado los períodos de exámenes. No se salva nadie.
Los exámenes parciales. Al mes de empezar la materia, es sólo cuestión de ver qué tal les va a los chavales, para que empiecen a saber lo que es bueno. Poco o nada de estrés, con la información aún fresca, dos cafés y listo. Papel y bolígrafo, empieza la función.
Los exámenes semestrales. Un mes antes del «mes fatalis» a más de uno le coge con pie cambiado, comienza entonces el estrés, los cafés, las maratones, el sueño acumulado, un sin fin de maldiciones… Todo pasa al cabo de un largo sufrimiento, pero la recompensa es un futuro profesional.
Las queridas convalidaciones. O lo que es lo mismo: no tener que jugársela a un examen. Muchos miran con lupa los requisitos y siguen cada paso para conseguir su objetivo. Si cumples, ganas.
¿No te suena nada de esto a una cosa que se nos ha hablado desde que teníamos conciencia? Sólo dos palabras: Juicio Final. ¿Tampoco crees que se pueda comparar? Sigue leyendo, querido lector.
Hablar del Juicio Final es como hablar de los exámenes de la universidad. Nos avisan desde que nacemos (también aquí hasta el apuntador). Lo tememos ya desde entonces (sólo los que son conscientes de ello). Ése es el examen semestral, el gran examen final. Sufres toda una vida, te estás jugando la vida eterna, tu futuro en el Cielo.
Todo necesita un entrenamiento, una puesta a punto y lo hacemos con los exámenes parciales, en este caso las confesiones periódicas. ¿Sabías que en cada una de ellas te quitas materia para el Juicio Final? ¿Y que todo lo que digas ahora no se hará público allá arriba?
Cuesta tanto labrarse un buen futuro… En este campo hay ayudas (ya se ha dicho que Dios no juega con las personas), como las queridas convalidaciones pero que aquí tienen un nombre un tanto difícil de recordar por lo feas que parecen… Las penitencias. No es más que, por méritos personales, limpies tu historial y empieces de cero otro curso en la vida. Sacrificios buscados, si los cumples, te has ganado un trocito de Cielo.
¿Sigues sin creer…? Una consejo: aquí el dos más dos no funciona al pie de la letra; es algo así como «dos más dos más Dios…»
Tu turno