Observar, dulce tarea la de observar. Parar unos minutos o aprovechar los que se tienen que dejar pasar al esperar a alguien o para dar comienzo un acto, una clase…
Se necesitan unos ojos limpios, sin prejuicios y malas tendencias. Un espacio amplio o minúsculo, lleno de personas u objetos, y una actitud de asombro ante lo descubierto, ante lo desconocido.
Observar, la definen como “mirar con atención y recato”… Hay muchas más cosas a nuestro alrededor; suceden cantidad de acontecimientos en apenas cinco minutos; nos comunicamos el doble y mejor que a través de las tecnologías; se ven variedad de colores en vivo; una persona se adapta y se encuentra cómoda en esa realidad; los sonidos, más claros y variados, parecen otros; toda la luz se percata con otra tonalidad, nítida…
Y, cuando menos te lo esperas, una sonrisa inocente de una niña se cruza con la tuya. Ella también ha estado observando y se encontró contigo.
Más adelante, una persona cruza en verde, por la izquierda vienen ya veloces los coches, por la derecha una bicicleta se dispone a cruzar… Frenazo en seco, respiración alterada por el susto, miradas de miedo y desenlace lleno de sonrisas por ambas partes.
Seguir observando, ahora un chico de Inglaterra pregunta por una sala donde conectarse a Internet. La secretaria sonríe a más no poder, sus palabras no sirven pues desconoce su idioma. Otra persona se levanta y habla con el chico, le guía hasta esa sala. Se van los dos en direcciones diferentes, al cabo de un minuto, el chico se cruza con la secretaria, y ésta de nuevo, sonríe, mientras acompaña el gesto señalándole con la mano el camino hacia su destino correcto.
Observar provoca que sonriamos más, por ser protagonistas o por mantenernos al margen de todo lo que sucede. Observar es sonreír a la vida.