Hace unos años, no demasiados, dejaron a mi custodia una medalla. Era pequeña, de plata quizás, con motivos romanos en ambas caras.
Junto a ella una misión que realizar, la cual no puedo ni quiero revelar.
La llevaba siempre conmigo, guardada en un bolsillo, a veces la sacaba para ponerla sobre una mesa y, simplemente, contemplarla. La cuidaba, eso es lo que se supone que hace un guardián ante su custodia.
Un día, pasados dos años, la perdí. Fue en un sitio cerrado, otra persona estaba presente. Ahora, hace apenas cinco días y a la vuelta de otros dos años, recibo este mensaje: «¿Tú perdiste una medallita? Ya la he encontrado». Me escribió aquella persona.
Todos conocéis la alegría que se siente en un reencuentro, ya sea con una persona, un lugar u objeto perdido… Justo llega en el mejor momento, cuando más se necesitaba.
Nada se pierde, todo queda: la esperanza.